LA VUELTA A LA RUTA, EL ALTIPLANO ARMENIO (01/10/2022)

En la puerta de Salidas del aeropuerto nos espera Volzac portando un cartelito con nuestros nombres. Sandra, la chica que lleva el camping donde dejamos La Española, se ha encargado de organizarnos la recogida a buen precio.

La sensación de una brisa fresquita nos acaricia la cara y es una auténtica gozada después de semanas sometidos a temperaturas infernales.

A nuestro paso por Yervan, la capital, tenemos sensaciones diferentes a la primera vez que la cruzamos y que nos pareció horrorosa. Tal vez porque el lugar de dónde venimos ha relajado nuestras percepciones de lo que es horroroso o no, o tal vez porque vemos vida en las calles que tanto hemos echado de menos en tierras árabes, o tal vez porque estar aquí significa que volvemos a la ruta y que somos libres de nuevo, con lo que vemos todo con una perspectiva diferente. En cualquier caso nos sentimos pletóricos y con muchas ganas de explorar estos países caucásicos.

Lo que no ha cambiado es la conducción temeraria de los armenios, son auténticos locos al volante y Volzac, va esquivando como puede a todos aquellos que parece tienen intención de darnos un buen golpe.

Respiramos profundamente una vez que hemos dejado atrás la gran urbe y recorremos de nuevo como hace un par de meses la ruta agreste y escarpada con colores dorados y el magnífico monte Ararat que se levanta imponente presidiendo este paisaje, podríamos decir marciano.

En el camping nos esperan Carlos y Lolita, los viajeros más emblemáticos que hemos conocido hasta ahora y con los que ya compartimos charlas antes de tomar rumbo a tierras sauditas. Los caprichos del destino nos han hecho volver a coincidir y estamos encantados.

Junto con ellos estan Javi y Gosia, una parejita muriano-polaca. Dejaron Murcia hace un año con el objetivo de llegar a Australia en moto. Unas cuantas botellas de vino nos acompañan mientras las historias de cada uno embelesaban a los otros.  Aunque debo admitir que a pesar de que nuestro viaje por América dejó muchas anécdotas detrás, las de Carlos por África sobrepasan la aventura.

                                 

Por la mañana nos despedimos de la trupe y dejamos atrás este cobijo de viajeros con más que entusiasmo, tenemos esas mariposillas en el estómago de volver de nuevo a la ruta

Carlos y Lolita van dirección Irán, aunque con ciertas dudas debido a la situación tan triste que está sufriendo el país a causa de la muerte de Mahsa Amini, una chica kurdo-iraní de 22 años a manos de la policía por supuestamente llevar el velo de una manera inadecuada. Este atroz suceso ha despertado un levantamiento entre los jóvenes iraníes que ha salido a las calles para protestar, quemando pañuelos y reclamando esta gran injusticia.

Viajar es maravilloso, pero los viajeros también nos encontramos con situaciones que estando en casa y viendo las noticias desde el sofá tienen una dimensión completamente diferente a cuando se está de paso por un país, en cualquier caso, les deseamos muchas suerte en su travesía.

Javi y Gosia, están esperando unos repuestos para una de las motos que sufrió un accidente cuando intentaban llegar a uno de los volcanes más remotos de Armenia, el Ajdahak.  Este percance, nos ha hecho reflexionar sobre si lanzarnos o no al ascenso de este monte, donde la pista es un auténtico infierno y hemos decidido ser prudentes. La Española tiene que durar muchos años para cumplir nuestro objetivo y  por el momento vamos a evitarle esta tortura.

Tomamos rumbo al monte Aragats, el pico más alto del país con 3.893 m en la cara sur  y 4.090 m las cara norte. Vamos prácticamente con la despensa vacía y hacemos una parada en una de las tiendas que nos encontramos en uno de los pueblecitos a las faldas de la montaña.

Después de pasar un par de meses en Arabia sin probar el cerdo, un enorme poster en la pared del comercio con una foto de embutidos nos hace salivar, pero lo cierto es que al entrar, se nos cae el alma encima. Nada de lo que vemos es apetecible y sí hay chorizo pero sin aroma alguno, y parece de plástico, pero a falta de pan, buenas son tortas.

Junto con el chorizo, compramos unas latas de sardinas, tomates, pimientos, huevos y pan. Esto nos bastará para pasar un par de días en las tierras altas armenias.

Conforme ascendemos, el paisaje se va volviendo agreste y sin un solo árbol, las estepas parecen no tener fin y una carreterucha estrecha, pero por suerte asfaltada nos conduce hasta el lago Kari a 3.185 m desde donde podemos admirar la cara sur de esta gran montaña y donde encontramos una zona más o menos llana donde poder poner nuestro campamento que hoy va a ser de altura.

                 

                 

A unos metros, vemos una furgo con matrícula suiza, parece que no estaremos solos. Damos un paseo por los alrededores y mientras contemplo el precioso lago que es el punto base de las caminatas, una pareja se nos acerca.

  • Quilla, ¿Y si nos preparáis un pulpo a la gallega? – me dice el chico.
  • Jajaja -me quedo flipando y no puedo parar de reír.

Son Francisco y Mónica, jerezano y suiza con acento gaditano. Ellos también llevan una temporada recorriendo mundo y aquí hemos coincidido.

Mientras conversamos, los últimos rayos de sol iluminan este magnífico pico que será nuestro reto mañana. Y con el último, las temperaturas caen en picado por lo que nos vemos obligados a refugiarnos cada uno en nuestra guarida. ¿No queríamos fresco? pues aquí lo tenemos.

Por la mañana y sin ninguna prisa nos levantamos después de haber dormido como bebés acurrucados y ya con el edredón, aunque la noche ha sido fría, con los calores que hemos pasado, se agradece.

Vemos junto a La Española otra furgo y nos acercamos a saludarles, son Marcia y Hugo, unos franceses muy majos también en ruta, además me sacan de un apuro, porque me he hecho un tajo en el dedo y lo único que he encontrado ha sido una toallita para bebés y cinta americana. Cuando Marcia ve el desastre, enseguida me limpia la herida y me pone una tirita, ¡que maja esta chica!

Nos comentan que van a hacer una andada facilita hoy para calentar y que mañana abordarán la cara norte. Decidimos hacer también esta caminata y ponemos rumbo porque ellos están desayunando. Nos aconsejan utilizar una aplicación de mapas que indica los senderos para llegar al lugar.

En tal paraje, hay que sacar el dron para hacer una toma aérea, pero se ha puesto en huelga y no hay manera de que funcione. Jose insiste y nos pasamos una hora intentándolo hasta que por fin desiste. A todo esto mientras estamos peleando con el pequeño helicóptero vemos pasar a las dos parejas cada uno por una ruta completamente distinta de la que hemos tomado nosotros.

Cuando retomamos la marcha, ya ha han desaparecido, y francamente no vemos sendero alguno. Como podemos, atravesamos un mar de piedras volcánicas y comenzamos a trepar hasta alcanzar una de las crestas que nos ofrece unas vistas espectaculares. El viento sopla con furia y tenemos que hacer un esfuerzo para guardar el equilibrio.

  • ¿Y ahora para dónde? –pregunto a Jose.
  • Pues no sé, el mapa indica que montaña abajo.

Supuestamente hay una cascada y esta caminata de unas dos horas y media nos debería conducir a ella, pero cuando intentamos bajar, la tierra está completamente suelta y con el primer culazo que me pego, decido que demos media vuelta.

              

Volvemos a casita sanos y salvos aunque con los pies hechos bicarbonato de andar por estos pedruscos.

A la llegada cuando vamos a recargar nuestras botellas de agua, vemos que la garrafa de cinco litros que habíamos llenado está vacía. ¿Cómo es posible? Si solo hemos llenado la cantimplora que es de un litro, misterio…

En ese preciso momento de conversación con Jose sobre la evaporación de nuestras reservas acuíferas, veo a dos mujeres cada una con una garrafa saliendo de una especie de complejo fantasma, donde hay unos edificios parece que abandonados y que podrían haber sido hoteles en su día. Decido preguntarles por señas donde han llenado las garrafas, porque no entienden una palabra de lo que les digo. Ambas me señalan a la valla donde se encuentran estos edificios.

Ni cortos ni perezosos, decidimos colarnos por debajo de la barrera donde hay un cartel en armenio que posiblemente indique “PROHIBIDO EL PASO”.

El lugar es bastante tétrico y con unas torres enormes que parecen palomares según dice Jose, pero que tal vez fueran para almacenar agua. De repente, un Lada negro de los años 80 se cruza con nosotros y aparca delante uno de estos edificios de ladrillo gris y arquitectura soviética, donde en una placa reluciente está escrito “Instituto Científico Físico”. Un tipo sale del coche y nos mira extrañado. Levantamos la garrafa para hacerle ver que estamos buscando agua y no tenemos ninguna intención de husmear lo que se está cociendo detrás de esas paredes.

Jose lleva también una bolsa de basura que no hemos conseguido tirar ya que no hay ni un solo contendor o papelera en los alrededores. Jose entra y yo le sigo, no puedo evitar el grabar esta escena que desvelará quién sabe qué, pero en ese momento, aparece en el hall otro tipo que de inmediato me prohíbe que grabe. Poco me da tiempo a ver, porque enseguida nos sacan la garrafa, se deshacen de nuestra basura y amablemente nos invitan a abandonar este lugar de entrada restringida.

Volvemos a nuestro campamento y cuando colocamos la garrafa en el asiento trasero, nos damos cuenta de que está todo empapado. Con el vaivén de curvas, la bombona se había abierto y derramado. Misterio resuelto.

El viento sopla incesante y las temperaturas han bajado a casi 0ºC, por lo que decidimos cenar una sopa calentita y meternos en la cama para mañana temprano abordar la cima de la cara sur de este mítico Monte Aragats.

Amanecemos temprano y con ganas de ascender este magnífico pico, el día se ha despertado soleado y sin viento, por lo que las condiciones parecen ideales para hacer la camita. Conforme nos alejamos del campamento y ascendiendo, vamos teniendo una perspectiva preciosa de las montañas, volvemos a caminar por estos parajes a solas, gozando como dos lobos esteparios.

          

Pero no todo es tan idílico, llega un momento en que como en la caminata de ayer, el “supuesto sendero” desaparece, y como inexpertos que somos en tema de montaña, decidimos abordarla de frente. No nos queda otra que atravesar durante una hora un mar de rocas que vuelven a dejarnos los pies destrozados, pero con el entusiasmo que llevamos, poco nos importa.

         

El ver cómo nos vamos acercando a la cima nos da ánimo suficiente para avanzar, hasta que llega un momento en que la cosa se pone complicada, el mar de piedras cada vez es más vertical la tierra está muy suelta y las piedras no tienen agarre por lo que ruedan sobre nuestros pies. Aun así seguimos avanzando, tenemos la cima a unos treinta metros, y haciendo un poco el cabra conseguimos ascender otros diez aproximadamente, hasta que miro hacia abajo y casi me da un yuyu al ver la altura a la que estamos.

          

  • ¡Darling, no puedo seguir! –le digo a Jose un tanto angustiada al verme bloqueada totalmente, vamos que ni para arriba ni para abajo.

Jose avanza un poco para ver si hay algún tipo de sendero que podamos tomar al menos para bajar, pero desafortunadamente, no lo hay. Me santiguo, respiro y después de unos minutos de descanso encajada entre dos rocas que me sujetan el trasero para no caer al vacío, comenzamos el descenso, por supuesto yo utilizando este porque no soy capaz de ponerme de pié.

                                           

Con paciencia, unos guantes para no desollarme las manos y con el trasero como base, consigo pasar la zona más empinada, Jose por suerte lo lleva mejor que yo, todo hay que decirlo, no es tan torpe.

Y después de seis horas de aventura, llegamos a casa destrozados, pero sanos y salvos, y con ganas de darnos una ducha, tomar una sopa y meternos en la cama.

Pero los deseos del viajero no siempre se cumplen y la vanlife no siempre es idílica, cuando vamos a conectar la caldera, sale un mensaje en la pantallita “Error, no hay gas en la botella o se ha congelado la válvula de gas”.

  • ¡Nooooo! –gritamos los dos a coro.