A ORILLAS DEL RÍO ÉUFRATES (05/07/2022)
Temprano y antes de que el silencio abandone estos valles, dejamos atrás la Capadocia, queremos llevarnos este momento con nosotros. Sus formaciones extrañas quedan como siluetas en el horizonte y con una ligera melancolía nos dirigimos hacia el oriente.
Un paso de montaña completamente escarpado nos sorprende repentinamente, no parece haber vida por estos parajes hasta que una enorme ciudad se divisa a lo lejos con ese escenario típico de la nueva Turquía, donde los enormes edificios brotan de los montes en lugar de árboles. Al descenso, el termómetro de nuestro coche parece haberse vuelto loco, 26 , 28, 30, 35, 40 ºC … y sin intención de parar.
Al paso por Maras decidimos hacer una parada al ver un gentío tremendo en la carretera; son puestos de helados. Curiosamente, en esta zona de Turquía, el pistacho es el protagonista de la economía agrícola y los helados de pistacho se han convertido en el producto estrella del lugar. Se ven apetecibles, pero a estas horas, necesitamos llenar nuestros estómagos con algo más consistente.
Jose tenía guardado un as bajo la manga que yo desconocía, “Gaziantep” declarada ciudad gastronómica por la UNESCO.
A una media hora de esta gran urbe, se encuentra esta otra, y tal vez el que sean ciudades monstruosas haya cambiado el carácter de conducción de sus ciudadanos. No hay ningún tipo de respeto por los códigos de circulación, adelantamientos temerarios, cambios de sentido en la autovía, incorporaciones sin intermitente y velocidades de vértigo. Jose, lo está pasando francamente mal.
Paramos en un restaurante del que otros viajeros ya nos habían hablado y que por suerte no nos obliga a callejear por esta inmensa ciudad, ya que se encuentra en la misma carretera. La fachada decorada con enormes columnas, e inscripciones doradas, digamos que no es la estética de restaurante que solemos frecuentar, y menos todavía, con aparcacoches. Los pobres por cierto, tienen poca sombra y los vemos sudando la gota gorda. Por supuesto que Jose no les deja el volante de La Española, sobre todo teniendo en cuenta como conducen aquí.
En la entrada, un señor detrás de un bonito mostrador de madera tallada, prepara dulces típicos turcos y los empaqueta en cajas. Según continuamos, un precioso salón con carpas y lleno de vegetación alberga una veintena de mesas donde los comensales tienen sobre ellas auténticas delicias, nosotros elegimos; una sopa de garbanzos acompañada de lahamakum menüzüm, una especie de pizza de carne; Fistik kebab, un plato de diferentes tipos de carnes a la brasa y ali nazik kariçik, carne de ternera servida con salsa de yogurt y berenjena al horno.
Francamente después de este manjar no podemos ni movernos, pero hay que seguir ruta. Nuestra intención es llegar hoy a un poblado llamado Halfeti.
Conforme nos acercamos, las temperaturas aumentan hasta alcanzar los 48ºC. Mirando el GPS observo que nos encontramos a pocos kilómetros de la frontera con Siria, y la sensación de estar lejos de casa en este remoto lugar de Turquia es tremenda.
Desde lo alto de la carretera divisamos un magnífico rio color esmeralda, flaqueado por unas paredes de tierra rojiza que deben tener más de doscientos metros de profundidad.
- ¿Dónde estamos? –le pregunto a Jose.
- A orillas del mismísimo Éufrates –me responde.
Esto no me lo esperaba, sin duda, otra de las grandes sorpresas de este viaje. Nos encontramos junto a uno de los ríos más míticos de la historia. Donde surgieron las primeras civilizaciones: Mesopotamia.
Mesopotamia es un territorio que se extiende entre los ríos Tigris y Éufrates, también conocido como el Medio Oriente , actual región de Irak, y que abarca partes del sudoeste de Asia y tierras alrededor del mar Mediterráneo oriental. Resultó una zona muy fértil que permitió realizar las primeras actividades de agricultura y cría de animales, siendo las bases de la economía. Es considerada la cuna de la civilización por ser la región en la que se desarrollaron los primeros asentamientos humanos permanentes del pueblo sumerio.
Los sumerios fueron los primeros en asentarse en ciudades relativamente grandes. Uno de sus logros más destacados lo encontramos en la invención de la rueda, alrededor del año 3.500 a.C., que llegaron a utilizar de múltiples formas para hacer una vida más fácil a sus habitantes.
Aunque lo más significativo de esta civilización fue la creación del primer tipo de escritura, conocida como escritura cuneiforme. Además, llevaron a cabo importantes avances en otros ámbitos que después, las civilizaciones posteriores, desarrollaron mucho más.
Descendemos la carretera que nos conduce a un muelle donde hay un parking poco atractivo para pasar la noche, por lo que decidimos continuar por un camino lleno de baches, y piedras tremendas que tenemos que ir esquivando, pero que confiamos en que nos conduzca a un campamento de la misma altura como el lugar en el que nos encontramos.
A lo lejos, vemos un ancho que desciende por un estrecho sendero rodeado de árboles junto al lecho de rio, y ahí nos lanzamos.
Está cayendo el sol pero el aire todavía nos golpea la cara casi quemándonos la piel. El rio está bravo pero sin dudarlo un segundo nos ponemos los bañadores y nos sumergimos en estas aguas junto a las que nacieron las antiguas civilizaciones.
Unos cuantos pescadores están faenando y el sol ya casi se oculta tras el cañón que a estas horas, la luz le ha conferido unas tonalidades rosáceas. Nosotros, sumergidos en estas aguas refrescantes, nos sentimos más que afortunados de formar parte de este idílico escenario.
La población de Halfeti quedó sumergida tras la construcción de una presa en 1990 y sus habitantes fueron trasladados a la vecina Karaotlak. Sabemos que por tierra es posible alcanzarla a través de una ruta de un par de horas, y visitar lo que queda de ella. Lo que no sabemos, es donde comienza el sendero.
Nos hemos puesto en pié bien temprano para abordar esta ruta lo antes posible; pero tengo que reconocer que nos lo tomamos con calma y desde las siete que nos levantamos, cuando llegamos al parking del muelle donde queremos dejar la casa, ya son las ocho y media.
No hay mucho movimiento y por más que preguntamos a los cuatro gatos que hay en la plaza no conseguimos que nadie nos indique donde se encuentra el sendero, con lo que tratamos de imaginarlo. El problema es que después de 30 minutos de ascenso nuestras neuronas ya no son capaces de imaginar ni de continuar, ya hemos alcanzado lo cuarenta grados y no son ni las diez de la mañana.
- Darling nos volvemos –me dice Jose sin esperar una negativa por mi parte.
- Vale –le digo un tanto desilusionada.
Está claro que esto es misión complicada teniendo en cuenta la climatología, pero no es misión imposible, ya que en el muelle, había barcos, y deben ser para hacer la visita al poblado sumergido.
Volvemos al parking y observamos que junto al muelle hay una decena de embarcaciones pero todas vacías y sin un alma a quien preguntar. Un coche se acerca, pero los pasajeros no entienden ni papa de lo que les estamos intentando decir.
Minutos después llega el vigilante y cobrador del parking, que curiosamente decide regalarnos la estancia. Y con este hombre, a trancas y barrancas, conseguimos adivinar que al final del muelle hay una garita donde debemos preguntar.
Nos acercamos y hay nada más y nada menos que seis tipos tomando el té y de charla. Ponen caras extrañadas cuando nos ven, imaginamos que no deben pasar por aquí muchos extranjeros y parece que les hacemos gracia, porque cada vez que abrimos la boca echan unas carcajadas. Uno de ellos tiene un taco de pasajes en la mano, con lo que me dirijo a él.
- ¿A qué hora sale el barco para ver la ciudad sumergida? –le pregunto en inglés.
- No inglés –nos responde.
La verdad que hubiera dado igual que le hubiéramos hablado en ruso, la respuesta hubiera sido la misma. Pero después de casi dos meses ya tenemos la solución para este tipo de situaciones: El traductor Google, con el que volvemos a hacer el intento.
- ¿A qué hora sale el barco para ver la ciudad sumergida? –le pregunta el traductor.
- No lo sé –responde el muchacho tecleando en el traductor.
- ¿Cómo? –pregunto en español.
- No lo sé –vuelve a ponerme el teléfono con la respuesta.
Pues sí que estamos buenos. Hacemos un poco de presión y decidimos quedarnos plantados delante de la ventanilla hasta tener una respuesta.
Justo en ese momento, aparca un autobús, bajan una veintena de pasajeros y se montan todos en un barco que se aleja delante de nuestras narices. La cara de tontos que se nos queda, es tremenda.
- ¿Y eso? ¿Por qué no hemos montado nosotros en ese barco? –le digo.
- Excursión organizada –responde Google.
Pero serán petardos, ¿qué más les daba montar a dos españoles aquí tirados?
Después de esto se ha puesto la situación un poquito tensa y uno de ellos para calmar los ánimos, nos pregunta que de donde somos; al responder España, la típica conversación de futbol relaja el momento.
- Teléfono, yo avisar cuando sale barco –nos dice uno a través del traductor.
- Ok –respondemos los dos.
Pues nada, nos volvemos a La Española que al abrir la puerta nos dispara una bocanada de fuego y cogemos unas frutas para almorzar en unos bancos que hay a la sombra, mientras esperamos la supuesta excursión.
Y lo cierto es que poco a poco comienza a haber movimiento en el lugar, unos de aquí y otros de allá se van acercando al embarcadero. En cuestión de una hora y media más o menos recibimos una llamada que dice “ barco”.
- ¡Bien, lo conseguimos! –exclamamos los dos a coro en tono eufórico.
Cogemos nuestros bástulos y a toda prisa nos dirigimos a la zona de embarque, donde dos de los muchachos que había en la garita están recogiendo tickets, otros dos un poco más adelante indican que pasemos por una pasarela flotante y el último que faltaba para completar el grupo está en el barco haciendo el recuento de pasajeros que ya habían hecho los anteriores.
Pues sí, parece que zarpamos, ¡que ilusión! Está claro que un viaje así le arma a uno de paciencia, no hay otra, y lo cierto es que está bien hacer este tipo de práctica para darnos cuenta de que todo llega en la vida, sólo es cuestión de tiempo. Pero el problema en occidente es que no lo tenemos y por ello lo valoramos tanto, pero aquí el tiempo sobra, las necesidades son otras.
La embarcación es de madera barnizada, y tiene una bancada a todo alrededor forrada en una tela tipo alfombra de lana, no demasiado apropiada para la época estival. Esta disposición deja un amplio espacio en el centro donde hay una mesa metálica esperemos que atornillada. Cuando los dieciocho pasajeros estamos a bordo, el capitán pone una música turca a todo volumen y se aleja de la orilla.
La mayoría de la gente sube a la terraza, pero nosotros nos quedamos a cubierto y decido invitar a Jose a bailar en medio de esta curiosa pista de baile flotante. No la rechaza y nos pegamos unos cuantos meneos, jajaja, vaya puntazo de excursión.
Desde el medio del rio, se aprecia su grandeza y su maravilloso color, en una des sus orillas divisamos parte del pueblo que bien parece sacado de un relato bíblico. Otra vez cargados de emoción nos miramos pensando donde estamos, eso sí, obviamos comentarlo porque la música impide que haya cualquier tipo de comunicación.
Finalmente subimos a la cubierta superior, preferimos pasar un poco de calor a sacrificar nuestros tímpanos. En ese momento, el capitán baja la música y comienza a hablar, creemos que va dando explicaciones sobre el lugar.
En la parte de arriba hay un grupo de chicas acompañadas por un señor y vestidas con un atuendo diferente al que estábamos acostumbrados a ver. El pañuelo que les cubre la cabeza lleva un accesorio adornado con bordados y una especie de monedas doradas.
- Darling, yo creo que es estas chicas son kurdas –le digo a Jose.
Efectivamente estamos en la zona del llamado Kurdistán turco, un nombre no oficial de la parte sudeste de Turquía, que está habitada principalmente por personas de etnia kurda. El área abarca, casi una tercera parte de Turquía y forma parte de una región que se extiende por Turquía, Siria, Irán e Irak.
Durante la Edad Media, los habitantes kurdos de las regiones del Oriente Medio estaban bajo el control de las tribus locales kurdas, aunque nunca llegó a establecerse un estado-nación unificado. Durante los siglos X y XI, la región estaba gobernada por la dinastía de los kurdos marwánidas. Desde el siglo XIV en adelante era en su mayor parte territorio incorporado al Imperio otomano pero con la disminución de este impero a lo largo de los siglos, el territorio kurdo se convirtió en un conjunto de principados prácticamente independientes.
Tras la primera Primera Guerra Mundial, en la que este pueblo apoyó a los aliados contra el Impero Otomano, los kurdos lograron por medio del Tratado de Sévres el reconocimiento de la independencia de su “país”. Sin embargo, este acuerdo internacional nunca se ratificó y condujo a su desmembramiento y el establecimiento de las actuales fronteras políticas, dividiendo las regiones habitadas entre varios Estados de reciente creación. El establecimiento y la aplicación de las nuevas fronteras tuvo efectos profundos para los kurdos, que tuvieron que abandonar su tradicional nomadismo como forma de vida del pueblo, y dedicarse a la agricultura. Por lo que este pueblo sigue luchando por su independencia hasta nuestros días.
Las chicas más que animadas con la música, de vez en cuando se levantan y hacen un movimiento de cadera, nos miramos y sonreímos, hasta que acabamos todas haciendo ese movimiento y por supuesto tomándonos fotografías.
Al paso por una alta meseta rocosa sobre la orilla del rio, se alzan unas ruinas de lo que fue una gran fortaleza, Rumkale de origen asirio ó tal vez hitita, ya que los historiadores no han llegado a ponerse de acuerdo, y un lugar de gran importancia estratégica. Se cree que la fundación de esta ciudad se remonta al año 1230 a.C. Incluso se afirma que el apóstol Juan vivió aquí en una cueva tallada en la roca, donde se dedicó a hacer copias de la Biblia. Todavía se cree que en algún lugar de Rumkale hay una de esas biblias enterrada.
Continuamos el trayecto y en una de la curvas del cañón que ha formado el río, aparece frente a nosotros el famoso pueblo sumergido. Impresiona ver como se alza bajo las aguas del Éufrates el minarete de la mezquita que ha quedado libre de la inundación, y unas cuantas casas que se encontraban en lo alto de la montaña.
El barco vuelve a hacer una nueva parada en una especie de café con unas magníficas vistas a los restos del pueblo donde nos tomamos un refresco bajo la sombra de una buena parra.
A la vuelta, decidimos celebrar nuestra conquista viajera, ya que no todos los días uno se puede sentar a orillas del Eúfrates a degustar un lucio de estas aguas. Y mientras nos ponemos las botas, imaginamos como sería la vida hace siglos en este, para nosotros, recóndito lugar de la tierra, que por cierto se dice que es el único en el mundo donde crecen las rosas negras; no sabemos si será mito o realidad, pero desde luego con estos calores, no esperamos encontrar ninguna.
Dejamos atrás esta ciudad que se difumina en el horizonte a la caída del sol con unos magníficos colores ocres y un Eúfrates dorado. Maravillosa estampa de estas tierras ancestrales.