DIRECCIÓN ARMENIA A TODA PRISA (13/07/2022)

Estando a los pies de uno de los montes más emblemáticos de Turquía recibimos una llamada que va a cambiar completamente el curso de nuestro viaje.

Hace unos días, recibimos un e-mail que Jose no había leído hasta hoy de una empresa  que se dedica a la construcción, la cual no voy a citar por temas de confidencialidad. Este e-mail decía lo siguiente:

“Jose, hemos estado intentando localizarte por teléfono pero no hemos conseguido dar contigo, por favor ponte en contacto con nosotros para tratar la posibilidad de una oferta de trabajo en Arabia”.

Efectivamente, Jose tenía varias llamadas perdidas desde hace días, pero hemos tomado la decisión de no responder a nadie, la última factura que nos vino de la compañía telefónica fueron 300€, por lo que si alguien precisa de nuestros servicios confiamos en que se dirijan a nosotros vía e-mail o whatsapp, y por suerte así ha sido.

Tenemos muchísimas preguntas:

¿Dónde será exactamente? Porque así de primeras, Arabia, podría ser cualquier sitio en la península arábiga.

¿Para cuándo será el trabajo? Teniendo en cuenta que es casi mitad de julio, pensamos que sería para septiembre, octubre, por el tema de las temperaturas extremas.

¿Por cuánto tiempo será el contrato? Para nosotros y nuestro modo de vida, esto es fundamental, ya que no queremos pasar temporadas muy largas trabajando.

Y sobre todo, la pregunta estrella, ¿Cuánto pagarán? Ya que hemos oído que por esas tierras no se paga nada mal.

No tenemos ninguna de estas respuestas, pero hemos tomado la decisión de ir, si aceptan el lote, claro. Así se las juegan los manchegos, pensar mucho es contraproducente, por lo que solemos guiarnos por impulsos y desde que salimos de viaje, todavía más, y la verdad es que no nos va nada mal.

Jose en seguida responde al mail que lleva varios días en la bandeja de entrada y les pide que por favor le llamen por whatsapp cuando estén disponibles, ya que se encuentra de viaje fuera de España.

No quiero ni imaginar lo que se les pasará por la cabeza a estos empresarios cuando Jose les diga que estamos en Turquía, pero no de vacaciones, sino dando la vuelta al mundo y que además vivimos en una caravana. Sin duda, nuestra situación es un tanto atípica, pero por otro lado jugamos con la ventaja de la flexibilidad. En cualquier caso, todo esto es muy emocionante.

No pasan ni quince minutos cuando suena el teléfono, ¡que nervios!

El director de la empresa, comenta a Jose que tirando de archivo, encontraron su currículum y les pareció bastante interesante. Efectivamente, Jose envío el currículum hace cuatro años, nada más y nada menos. Mi madre siempre me dice que ella no tira nada porque un día le puede hacer falta aquello de lo que se deshizo, y aquí, parece ser que piensan igual. Aunque francamente, a mi estas cosas me parecen que son jugadas del destino, ¿no lo pensáis también vosotros?

No hay entrevista de trabajo como tal, donde el jefe bombardea al potencial empleado con cientos de preguntas muchas de ellas absurdas, aquí es básicamente Jose quien recibe respuestas sobre todas esas dudas que nos planteábamos y estas son:

El trabajo es para la construcción  de un campo de golf en Riad para empezar ya, el tiempo de duración no se sabe, podría variar  entre un mes y tres o incluso prolongarse, y  el sueldo  algo que no se nos hubiera pasado nunca por la cabeza.

Pero lo factores que hacen que se materialice este botín son dos principalmente, las condiciones meteorológicas en esta época del año y la segunda, el propietario; una persona de alta relevancia Arabia Saudí, por temas de confidencialidad, no podemos citar su nombre.

Jose comenta nuestra situación, que en principio no parece ser un impedimento para trabajar en el proyecto, el problema es que  estamos en medio de la nada en Turquía. Necesitamos un lugar donde poder dejar a La Española, porque no podemos atravesar Siria ya que están en guerra y la única opción sería entrar por Irán y luego atravesar una parte de Irak, pero no tenemos un documento fundamental para atravesar estos dos países, el llamado Carnet de Passage que lleva varias semanas tramitarlo.

Sin duda, lo que nunca pensábamos cuando comenzamos nuestra aventura de dar la vuelta al mundo era que acabaríamos en Arabia Saudí por una temporada.

Si bien es cierto que salimos con la mente abierta a todo aquello que se nos presentara en el camino, pasar el verano en uno de los países más calurosos del mundo, parece que podría sobrepasar lo que llamamos aventura en occidente.

En seguida, el equipo Trotamundos se pone a investigar  y en cuestión de 24h, tenemos una posible solución:

Conducir hasta Armenia, ya que es el único país de los alrededores que deja hacer una importación temporal del vehículo durante un año. Además, hemos localizado un camping cerca de Yerevan, la capital armenia, cuyos propietarios son holandeses. Nos ponemos en contacto con ellos y es cuestión de horas que nos den la confirmación de que podemos dejar  La Española a buen recaudo. Pues parece que todo va rodado, todo fluye hacia nuestro siguiente destino, hacia nuestra siguiente aventura.

Jose habla con la empresa para confirmarles que parece factible y que el día 19 podemos estar en Arabia.

Pero lo cierto es que estando a los pies de un lugar que siempre había querido visitar y no podemos marcharnos sin verlo, sería una espinita clavada.

El monte Nemrut, con una elevación que alcanza los 2150 metros de altitud, alberga en su cumbre uno de los túmulos funerarios más asombrosos de entre los que se conservan en el planeta.

Esta montaña tomó todo el protagonismo en el siglo I a.C., cuando el rey Antíoco I de Comagene la eligió para erigir un gran túmulo funerario que sirviera para idolatrar su figura. Un rey que creyó ser Dios y cuyos delirios de grandeza nos han legado una obra propia de faraones y con una accesibilidad bastante complicada.

Un ascenso tremendo nos hace casi tocar las nubes aunque no esperábamos  que fuera a ser tan duro para La Española. Después de una hora de conducción el motor ha alcanzado el punto de ebullición.

  • Darling, tenemos que parar –me dice Jose.
  • Vale, ¿pero aquí?

Estamos en un tramo donde apenas hay arcén, pero esto es una situación de emergencia, por lo que Jose frena en seco, se aparta un poco del carril y no queda otra que esperar a que se enfríe para continuar. Después de unos cuarenta minutos, emprendemos de nuevo la ruta que se va volviendo más dramática y las vistas nos muestran un paisaje que parece no tener fin y desde donde podemos divisar el curso del río Éufrates. Maravilloso, pero tenemos un nudo en el estómago por haber expuesto a La Española a tales condiciones.

           

Antes de alcanzar la cima, nos vemos obligados a realizar otra parada que aprovechamos para comer. Excepto algún rebaño de vacas, no hay ni un alma en estos caminos perdidos de la mano de Dios.

Ya desde aquí divisamos lo que parece el último trayecto para alcanzar la cima, o eso pensamos, ya que después de este tramo al que llegamos con sudores en la frente, un guarda nos comunica que todavía quedan dos kilómetros.

Es la primera vez en este viaje que veo a Jose con tanta preocupación. Cuando damos la primera cuerva, una tremenda pendiente se nos echa encima, además aquí no hay ni quitamiedos, pero lo peor es ¿Dónde vamos a aparcar a La Española? Si subimos hasta arriba podría volcar. ¡Que angustia!

En este momento estoy pensado que tal vez deberíamos haber seguido camino hacia Armenia en lugar de pasar este mal rato.

Jose pisa el acelerador y cuando nos damos cuenta, estamos arriba. Un aparcacoches le dirige, y para evitar que pueda volcar, porque estamos con una pendiente del 25%, le indica que aparque junto a un cortado de vértigo que está un poco llano, es más, nos propone pasar aquí la noche. Aunque ninguno de los dos estamos convencidos.

Sinceramente, se me han quitado las ganas de ver el monte, no nos gusta nada donde hemos dejado la casa y para colmo luego hay que hacer el descenso, que como fallen los frenos, nos despeñamos. Al menos será en lugar idílico.

Una vez que dejamos la casa, hay una caminata de una media hora hasta llegar al lugar donde se alzan varias  cabezas talladas; La del propio rey Antíoco, así como las de Dioses  de influencia de estilos griegos y persas. Su descomunal tamaño y su apariencia, en lo alto de la montaña, con un paisaje espectacular como telón de fondo, crean un ambiente de lo más místico , además contemplarlo al atardecer es mágico, pero esta magia dura instantes, desde lo alto divisamos como si de una hilera de hormigas se tratara, cientos de personas monte arriba.

                  

                    

                  

Intentamos evadirnos del gentío y disfrutar de estas increíbles esculturas que fueron eregidas en lugar de tal belleza, donde el ocaso torna sus colores en anaranjados bellísimos, pero el momento de éxtasis paisajístico dura poco.

                  

En cuestión de media hora, los visitantes se multiplican por cientos.

  • Darling, nos vamos.
  • Vale –contesto.

De camino hacia la casa, recuerdo haber visto una foto del lugar diferente.

  • Nooooo, Darling, creo que nos hemos dejado la cara sur del monte por visitar.
  • Pues mala suerte –contesta Jose.

Está claro que tenemos la cabeza en otro sitio.

Cuando llegamos al aparcamiento, y como sería de esperar teniendo en cuenta el gentío, hay decenas de minibuses bloqueándonos el paso, por lo que nos es imposible salir.

El aparcacoches, nos dice que esperemos y eso hacemos, por mas de una hora. Francamente, sólo hemos disfrutado la visita a medias y lo único que queremos hacer es largarnos de aquí, pero ni siquiera podemos. No nos queda otra que pasar aquí arriba la noche, con un viento que parece que va a volcarnos y sin pegar ojo. Bueno mañana será otro día.

 Bien temprano, nos ponemos en ruta, descendemos esta montaña pero seguimos con ascensos tremendos atravesando el altiplano de Turquía y donde La Española vuelve a sufrir el mal de altura. Los paisajes que atravesamos son extraordinarios, con valles, montañas verdes, y lagos solitarios donde sólo el ganado visita estas tierras. Pero de repente una enorme ciudad nos sorprende, ¿será un espejismo?

No, no lo es, Turquía tiene esa característica, puedes conducir kilómetros y kilómetros de desierto o de montaña y de repente cuando ya piensas que no hay nada hay una gran urbe.

Decidimos hacer una parada para intentar comprar una maleta, porque no tenemos, y de paso aprovechar para llenarla de todos aquellos productos de higiene, cremas, etc.. que en Arabia deben de ser carísimos. Por suerte encontramos un Migros, donde a buen precio compramos todo aquello que buscamos.

Y después de avituallarnos, continuamos dirección Georgia, puesto que no es posible cruzar a Armenia directamente desde Turquía. Debido al conflicto armado que tuvieron estos dos países en los años 20 y del que la sociedad armenia no se ha olvidado, estos dos países vecinos tienen las puertas cerradas a cal y canto.

Esto hace que demos un gran rodeo para llegar a nuestro destino. Cuando uno sale de su nido se da cuenta como en el mundo quedan muchas llagas abiertas y esta es una de ellas.

Los paisajes de montaña de los últimos kilómetros de Turquía son una auténtica maravilla y aunque no tenemos demasiado tiempo de deleitarnos, desde la ventanilla disfrutamos de estos parajes solitarios.

Casi sin darnos cuenta, se ha hecho la hora de comer y decidimos parar junto a un lago. A nuestro paso vemos algunas familias comiendo, que se han instalado con las mesas y las sillas dentro del rio, buena idea para refrescarse.

Aparcamos y montamos nosotros también nuestro campamento, después de seis horas de conducción es hora de hacer una pausa, por lo que intentamos disfrutar al máximo del lugar que disfrutaremos sólo por unas horas, puesto que mañana temprano dejamos el país.

            

           

Madrugamos bastante con el fin de intentar cruzar las dos fronteras hoy. De la de Georgia estamos a una hora aproximadamente con lo que si todo sale bien, una vez cruzada esta será cuestión de un par de horas llegar hasta la de Armenia.

Cuando llegamos a la frontera turca, no encontramos un buen pastel, está todo en obras y unos cuantos tipos con caras pero de pocos amigos están sentados en unas sillas tomando té. Nos acercamos a preguntarles y uno con uniforme, toma la palabra para comunicarnos que debido a las obras hay un problema con la electricidad.

Sin más explicaciones, vuelve a sentarse y a darle un sorbo a su té.

Somos occidentales y necesitamos más información, no sé si es por genética o por conducta aprendida, pero no nos quedamos conformes.

  • ¿Pero la frontera está abierta? –les preguntamos.
  • Si, - nos responde escuetamente de nuevo.
  • ¿ Y tienen una idea aproximada de cuándo volverá la electricidad?
  • Pues no, no lo sabemos.

Si estuviéramos en condiciones normales de viaje y con la casa acuestas, podríamos perfectamente acampar aquí y esperar lo que hiciera falta, pero teniendo un billete de avión comprado, la cosa cambia.

Yo aprovecho para procesar fotos y escribir un rato, pero Jose está algo nervioso, con lo que no para quieto de acá para allá, intentando buscar alguna respuesta entre los conductores de la larga cola de vehículos que se ha formado detrás de La Española esperando su suerte.

En cuestión de un par de horas, el tipo con el uniforme, desde lo lejos nos hace un aspaviento con el brazo.

Cogemos todos nuestros documentos y nos acercamos a la garita. Hacer nuestra documentación es sencillo, pero la de La Española, es otra cosa.

      La garita donde se encargan del papeleo de vehículos, es un auténtico caos, nadie habla inglés y no paran de colarse todos los que entran, pero que cara duras. Entre todo este gallinero, de repente aparece una rubiaca con pestañas postizas, un escote que le llega al ombligo y un par de gemelos de unos cinco años que no paran de pelearse. Por supuesto, todos se quedan embelesados y ahora es nuestro momento.

  • Darling, ahora, ponte en el mostrador.

Y un poco a empujones, nos colocamos con los brazos apoyados para hacer fuerza en el mostrador donde el guarda que nos ha tocado, parece que está de mala leche y comienza a levantarnos la voz.

Entendemos que esto es un caos, pero darnos gritos sin ton ni son, no tiene sentido no va a hacer que entendamos turco.

  • Jose tranquilo –le susurro
  • Me tiene negro este tío –me dice con una ligera sonrisa para disimular.

El tipo se da por vencido y nos dice ¡go, go, go!, básicamente que nos larguemos.

A todo esto, hemos visto a un chico en la aduana, que nos miraba con cara de pena de ver la situación, y lo cierto es que Turquía nos ha encantado, y las gentes que nos hemos encontrado también, por lo que este trato aduanero, lo consideramos como algo anecdótico.

Una vez que ya tenemos la salida sellada, vamos a ver qué pasa con la frontera de Georgia.

Yo como siempre quiero documentarlo todo, me bajo del coche para grabar la entrada en el nuevo país y de pronto sale de uno de los edificios un policía bajito, con mala leche y una buena panza, indicándome desde la distancia que me acerque. ¡ Vaya, ya la he liado!

Con cara de malas pulgas me dice por señas que no se puede grabar, yo le digo también por señas que sólo he grabado la camioneta, pero él sabe que no y me pide que le enseñe el vídeo.

Efectivamente también salen algunos edificios de la aduana, pero intento convencerle de que es un recuerdo, de otra manera no constará que hemos entrado en Georgia y refunfuñando me deja conservarlo.

Nos dirigimos a una de las ventanillas y un chaval joven y de buen ver, se acerca a nosotros y nos pide la documentación. El chico habla muy bien inglés, y parece muy amable, con lo que posiblemente haya más suerte que en el paso fronterizo anterior.

Por el momento, nos separan, Jose va por un lado con el vehículo y a mí me mandan a una sala donde hay otro aduanero en una cabina acristalada. Le entrego mi pasaporte y comienza a hablarme en georgiano… puff no me entero de nada, ¿cómo espera este hombre que hable su idioma? Y lo jodido es que él no habla ni papa de inglés.

Finalmente consigue decirme algo así:

  • Una vez Georgia.
  • Si, le respondo.

Pero no se queda satisfecho y me repite lo mismo una tras otra vez hasta que se mosquea. Mira hacia el exterior pero no ve al chico que podría sacarle de este apuro lingüístico y su nivel de frustración va en aumento, lo puedo ver en su cara. Hasta que llega un momento en el que me lanza el pasaporte al mostrador y me dice que me largue sin sellarme la entrada al país.

  • ¡You go, go ¡

Pues vaya carácter tienen aquí los guardias, en fin…

Me reúno con Jose donde lo dejé pero él ya con el pasaporte sellado. En ese momento, sale del edificio el guardia “refunfuñón” y les comenta algo a los demás, que se quedan todos al unísono mirándome.  ¡Vaya A ver si vamos a tener fiesta!

  • ¿Es la primera vez que visita Georgia? – me pregunta el lingüista.
  • Sí, es la primera –le respondo.
  • Pues es que hay alguien en nuestro sistema con su nombre.
  • Pues le aseguro que no soy yo –le respondo.

Por suerte se fían de mi palabra y nos dejan continuar después de unos minutos de deliberación.

                                      

Este es uno de esos países que tenemos muchísimas ganas de visitar pero las circunstancias en este momento no nos lo permiten.

A unos pocos kilómetros de cruzar la frontera, aparece el primer poblado ante nuestros ojos. Nos quedamos perplejos al ver una fila de casas a ambos lados de la carretera en estado deplorable, medio derruidas y con un aspecto algo tétrico por la oscuridad de los edificios. Da la sensación de que este poblado acabe de salir de una guerra.

Al principio pensamos que se trata de un pueblo abandonado, pero no, vemos ropa tendida y algunas personas en balcones que parece que vayan a desplomarse. Sin duda, la sobriedad y estética arquitectónica, nos da una pista de que este país estuvo en manos de la Unión Soviética.

Conforme avanzamos, las montañas verdes ponen color al escenario sombrío por el que hemos pasado y los magníficos valles nos muestran un paisaje luminoso donde las vacas son las protagonistas.

  • ¡Cuidado Darling! –le grito a Jose.

Una de estas, ha decidido ir de paseo y  nos sorprende en una de las curvas de la carretera. Menudo susto, y lo peor, es que tiene un peligro tremendo, porque ya hemos visto dos camiones que para esquivarla, se han metido en el carril contrario.

           

Conducimos un par de horas hasta que desde la carretera, divisamos un lago con unas vistas de escándalo para pasar nuestra primera y única noche en Georgia. Para llegar hasta el lugar, atravesamos otro poblado donde vemos a la gente realizando sus tareas cotidianas. Entre ellas fabricando sus propios ladrillos de adobe, que apilan en pirámide para secarse al sol.

           

Aparcamos La Española junto al lago y montamos nuestra terraza con vistas. Y aprovecho para repetirme en lo afortunados que somos por poder tener la suerte de disfrutar de lugares así para nosotros solos.

             

            

La gente local que vuelve del campo en sus camionetas, y que pasan por al lado, nos pitan para saludarnos. Parecen majos los georgianos.

Por la mañana temprano, después de un buen desayuno, ponemos rumbo a nuestro siguiente destino, Armenia. Nos encontramos a unos cincuenta kilómetros de la frontera pero las carreteras dejan bastante que desear con lo que tardamos más de lo previsto.

En la distancia, vemos un enorme edificio que debemos bordear para alcanzar las oficinas donde unos guardias con unos gorros enormes nos dan la bienvenida. Por suerte uno de ellos habla estupendamente inglés, que según nos cuenta, lo ha aprendido viendo la tele, está claro que no todo el mundo está igual de dotado para esto de los idiomas.

 Una vez sellamos nuestra entrada, hay que hacer la del vehículo, por lo que hay que pagar una tasa para hacer una importación temporal. Por el módico precio de unos veinte euros, Vamos a tener la posibilidad de dejar La Española en el país durante un año.

Mientras hacemos este trámite, se nos acercan varios guardias para charlar con nosotros e incluso nos regalan albaricoques. Otra de las funcionarias en cuanto le llega la onda de que somos españoles, de acerca con otro puñado de albaricoques y nos cuenta que su hijo está en Madrid viviendo desde hace años. ¡Qué agradable esta gente!

Por último, y para terminar, llevamos a La Española al radiólogo, donde podemos ver todos sus entresijos.

  • Diganme que hay en ese contenedor –nos pregunta el radiólogo.
  • Pues eso, eso debe ser la nevera auxiliar, provisiones –respondemos.

El radiólogo se echa a reír y sin más dilación, nos permite marcharnos.

Sólo queda un trámite que además en Armenia es obligatorio, el seguro para el vehículo. Nos aposentamos en otro edificio que nos han indicado, pero no hay nadie, y después de un buen rato uno de los funcionarios que nos ve, nos advierte de que estamos en el edificio equivocado.

  • Noooo, la garita de al lado –nos comenta.

La garita, nunca mejor dicho, es la oficina de seguros, y consiste en una mesa de los años veinte, un ordenador y una especie de camastro /sofá que le sirve al señor que nos atiende para echarse la siesta.

Se pone manos a la obra con nuestra póliza y por más que introduce datos en el programa, siempre le sale un mensaje en armenio que no consigo entender, y vuelve a empezar, y otra vez.

  • ¿Todo bien? –le preguntamos.
  • No, no bien –responde.

Finalmente y en vista de que no atina, hace una llamada y en cuestión de quince minutos acude un señor con algo más de pinta de vendedor de seguros que este, y nos resuelve la papeleta al instante. Conseguido, ya estamos en Armenia oficialmente.

Lo cierto es que llevamos varios días de conducción con poco descanso, y con la tensión que genera el cruzar fronteras en países donde nos sabemos lo que podemos encontrarnos. Pero por el momento todo está saliendo a pedir de boca, todavía nos quedan tres días para nuestro vuelo, que es el margen que habíamos contemplado en caso de que algo sucediera. Pero no olvidemos que para llegar al camping todavía quedan unos cien kilómetros y tenemos que atravesar la capital, pero en cierto modo, podemos relajarnos un poquito.

Jose lleva varios días con la misma frase en la boca “tengo que cortarme el pelo antes de llegar a Arabia”, por lo que al paso por Gyumri decidimos hacer una parada e ir en busca de una peluquería. Aparcamos el coche en una rotonda enorme adornada en todo el centro con un monstruoso monumento al más puro estilo soviético.

Casualmente miro al frente y hay no una, sino tres peluquerías. ¿Qué casualidad verdad? Está claro que el camino provee al viajero de lo que necesita y este es un buen ejemplo de ello.

Nos decantamos por la que tiene la fachada pintada de rosa intenso y donde al entrar nos encontramos a Ofelia, una señora rubia encaramada en una silla limpiado el polvo de unas  estanterías abarrotadas de productos con un plumero.

Le decimos que queremos corte de chico y nos manda a la habitación contigua donde el supuesto peluquero está repantigado en un sofá y no tiene pinta de tener ganas de levantar el trasero. De hecho, su cabeza hace un giro en negativo.

Le decimos a Ofelia, que tengo la sensación de que le hemos caído en gracia, que por favor interceda, y eso hace de inmediato, hasta que consigue que el colega se levante de la trona. Pero el problema es que no tenemos dinero armenio. Intentamos pagarles en euros, pero no quieren, con lo que mientras Jose se queda en manos del barbero, Ofelia me coge del brazo y damos un rodeo a esta enorme plaza donde va saludando a todo aquel que se encuentra en el camino.

Al cruzar uno de los pasos de cebra, hay aparcada una camioneta y junto a ella un tipo sentado en una sillita de camping. Ofelia le susurra algo y este saca un fajo de billetes que casi no le cabe en la mano. Yo le doy los 20€ que llevo y a cambio me da 8.000 drams. Ofelia me hace un gesto para que me guarde el dinero, y yo ni corta no perezosa puesto que no llevo bolsillos me meto el fajo en sujetador, esta me mira con cara rara, jajaja.

Al llegar a la peluquería, veo a Jose con un flequillo de esos modernos y me da la risa. A todo esto hay música de fondo a todo volumen, con lo que Ofelia y yo nos ponemos a bailar ¡que buen rollito! Cuando la faena está terminada, esta me da un abrazo de despedida.

Estos son de esos momentos que no olvidas nunca en un viaje.

                                                     

Nuestro destino aquí en Armenia es un camping donde dejaremos La Española a buen recaudo, pero nuestra primera noche queremos pasarla en algún lugar especial.

Llevamos más de una hora intentado buscar ese campamento idílico que no aparece por ningún lugar. Desde la carretera vemos el magnífico monte Ararat, pero cada vez que subimos un cerro desde el que podemos tener vistas nos vemos en una encrucijada, caminos impasables o que conducen a un precipicio.

Decidimos poner rumbo al camping y para ello hay que atravesar Yerevan, la capital del país. Su aspecto al menos a nuestro paso es horroroso, el tráfico infernal y nos tememos lo peor, porque estos armenios conducen como locos y hemos visto ya un par de accidentes. Jose va tenso ya que lo que menos podemos tener en estos momentos es un golpe.

Conseguimos pasar la caótica ciudad y ascender una montaña que nos ofrece unas magníficas vistas. Divisamos un camino que se adentra y dejamos la ruta principal para dar una última oportunidad a la búsqueda de un campamento alternativo. El camino se estrecha y el cortado que tenemos a nuestra derecha es tremendo, para colmo las vacas nos bloquean el paso; ahora sólo falta que venga uno con prisa de frente. Y sí predicción acertada, viene uno, pero por suerte se ha quedado en un ancho hasta que el ganado nos da el beneplácito y podemos continuar. Nos instalamos en la cima con una panorámica espectacular y diferente al paisaje que habíamos visto hasta ahora, es un paisaje árido, de tonos tostados sin apenas vegetación, parece un escenario sacado de la película Mad Max.

Hace un calor tremendo lo cual nos obliga a cobijarnos en la ligera sombra que nos da la casita a esta hora del día. En cuanto sacamos algo para saciar nuestro poco apetito, un regimiento de moscas se deja caer a dar por saco, que es lo que suelen hacer, y para colmo, estas son carnívoras, y van a por nosotros sin piedad.

A la caída del sol y cuando las malditas moscas ya se han ido a dormir, el atardecer nos ofrece un gran espectáculo para nuestro día en Armenia. Todo día acaba siendo maravilloso si se es paciente, he aquí nuestro regalo de la fatídica jornada.

         

Por la mañana temprano ponemos rumbo al camping que está a unos quince kilómetros, y poco a poco el paisaje árido va tomando en tonalidades verdes, y las montañas en unas formas espectaculares.

Un cartel en la carretera indica camping 3G. ¡Por fin, llegamos sanos y salvos!

Este lugar está regentado por una pareja de holandeses muy simpáticos, Sandra y Martin. Llegaron por casualidad a este rincón de Armenia hace diez años, se enamoraron del lugar y han montado un cobijo para viajeros increíble.

A nuestra llegada nos dan la bienvenida y nos comentan que tenemos paisanos, pero que no hablan ni papa de inglés.

  • ¡Pero bueno, si sois los manchegos! –Sí, les contestamos.
  • Y vosotros sois Carlos y Lolita ¿verdad?

Yo había hablado alguna vez con ellos por las redes sociales, y la verdad es que hace especial ilusión encontrarte con viajeros y más si son españoles.

Una vez que Sandra y Martin nos enseñan el lugar nos vamos de cabeza a la piscina. Sabemos que tenemos que desalojar la casa y hacer la maleta, pero ahora es momento de relajarse un poco después de tantos días de ajetreo.

En la piscina hay un ambiente de lo más jovial. Conocemos a Matilda, una chica argentina que en cuanto nos oye hablar castellano, se acerca a charlar con nosotros. Ella vive aquí varios años, ya que su padre es armenio y su madre argentina, está acompañada de su novio, armenio y un amigo egipcio. Nos cuenta que dentro de lo que cabe aquí la vida no está mal ya que aunque les gustaría ir a vivir a España, es muy complicado por el tema de visados.  

Hay también una pareja de chicos con acento inglés, son John y Andrew, el primero es mitad inglés, mitad iraní y el segundo es canadiense pero sus padres son nacidos en Armenia y ambos tienen la doble nacionalidad.

Nos ponemos todos de charla y después de darle un repaso al mundo, pasando por el genocidio Armenio, la Guerra Civil española, la belleza de Turquía, los parques de Canadá y el turismo en España. Nos zambullimos todos en el agua. Para entonces hay una familia de franceses pegándose un chapuzón y enseguida seguimos el hilo con ellos, son la “Tortuga Trotamundos”, y llevan viajando como nosotros, un año, pero en su caso en un pedazo de camión customizado. Al ver que hablamos francés están encantados y deciden adoptarnos como miembros de la familia, con lo que nos alimentan los dos días que estamos en el camping, con la excepción de una velada que pasamos con Carlos y Lolita donde degustan un tortilla de patatas y un buen pisto elaborado por los manchegos y bañado con unas cuantas botellas de vino que Carlos se encarga de suministrar.

Carlos y Lolita, son un referente de viajeros aventureros, con sesenta y ocho años que tienen, siguen viajando en su furgo desino a La India, nos encanta conversar con ellos y oír sus aventuras de viajes en otra época, cuando todo era diferente y sin duda más auténtico, especialmente en el continente africano, el que nos dicen es su favorito.

                  

                

Y después de dos días de relax, bañitos, encuentros maravillosos y buena comida, dejamos este rinconcito. Lo más duro es dejar al tercer miembro del equipo, a La Española, sabemos que está en buenas manos, pero se hace difícil.

Ahora el destino nos ha preparado una nueva aventura, Arabia Saudí.