LA PLAYA DE LAS TORTUGAS Y ENCUENTROS VIAJEROS (11/06/2022)

Seguimos explorando la costa Turca dirección sur y queremos ir a un lugar muy especial, la playa de Iztuzu, pero antes queremos llenar la despensa en alguna de las poblaciones cercanas. Mirando el mapa, vemos que Dalyan se encuentra justo al lado y nos apeamos en este poblado, que conforme nos adentramos más nos sorprende.

Es una auténtica colonia inglesa, posiblemente fundada en los últimos años, puesto que todos los edificios que se ven con estilo victoriano del siglo XXI, y con decenas de inmobiliarias que ofrecen desde una mansión con piscina hasta un apartamento más modesto, eso sí a precios europeos.

Después de hacer la compra, nos dirigimos a  la playa de Iztuzu por una carretera bordeando una marisma, el paisaje desde una de las colinas que desciende es más que dramático y la playa parece no tener fin, sin duda el escenario ideal para que las tortugas bobas vengan a poner sus huevos a este precioso lugar. Lo hacen de Mayo a Junio y por ello la playa está protegida.

               

 Justo al entrar al parking se levanta un vendaval tremendo, vemos a la gente corriendo detrás de sus bártulos que han salido volando hasta la otra punta y nos miramos pensando qué hacer. No podemos ni abrir las ventanas y no hay ni una sombra a nuestro alrededor, con lo que bien cocidos dentro de La Española nos comemos una ensalada para que nos refresque un poco.

Después de comer decidimos acercarnos al centro de recuperación de las tortugas, al menos por aprovechar el día. Justo a la llegada, una tromba de agua cae encima de este refugio con techo de uralita y sin paredes, imposible no acabar empapado.

En enormes recipientes de agua con carteles que indican la edad, enfermedad y especie, se encuentran aquellas tortugas que han sufrido algún tipo de accidente a causa de un anzuelo,  han comido plásticos en lugar de medusas causándoles una enfermedad, o aquellas que se han desorientado y aparecido en la orilla. El escenario es desolador, pero por otra parte, este es el lugar donde algunas de ellas pueden recuperarse y poder volver a su hogar.

                                         

Esperamos con un grupo de ingleses en uno de estos recintos a ver si se calma la tormenta aunque el diluvio es casi universal, después de una hora, conseguimos alcanzar La Española. Estamos a punto de irnos cuando nos percatamos de que con la tormenta todo el mundo ha abandonado la playa, ha salido el sol y tenemos este paraje tan espectacular para notros solos.

  • Darling, ¿nos damos un baño?
  • Pues claro.

Nos zambullimos en esta magnífica playa que con la caída del sol se presenta espectacular ante nuestros ojos.

             

Justo en una de la orillas, se levanta un monte donde vemos lo que parece una torre de electricidad.

  • Darling, ¿quieres que vayamos a dormir ahí arriba? –me dice Jose.
  • Estas de coña –le digo.
  • No, en serio, hay un camino que sube hasta arriba.

Realizamos un tremendo ascenso por camino de piedras y boquetes tremendos debido a la lluvia torrencial, yo me he acojonado un poco, pero La Española y el manchego son un equipazo.

La niebla cubre todo el paisaje y no somos capaces de saber exactamente donde estamos, pero hemos encontrado un terreno más o menos llano y aquí nos quedamos.

Justo cuando se está poniendo el sol, esta niebla caprichosa, decide darnos una tregua y como si el telón de un gran teatro se abriera, un magnífico escenario se presenta ante nosotros. No damos crédito a tan bello paisaje.

           

La noche es más que tranquila, aunque rezo para que no llueva, primero porque estamos al borde de un precipicio y segundo porque la bajada con más socavones puede ser complicada.

Por suerte la noche ha sido tranquila y decididnos pasar el día aquí, en este magnífico paraje con vistas increíbles y haciendo nuestras tareas. Es domingo y las playas deben estar abarrotadas y aquí seguro que no vienen ni las águilas.

Cuando estoy absorta en mi escritura, oigo el sonido de unos todo terrenos que se acercan derrapando, vamos haciendo el tonto y con música a todo volumen, ¡noooo que equivocados estábamos!

Descargan a una decena de turistas ingleses que llevan una escándela tremenda. Después de hacerse los doscientos “selfies”, desde fuera oigo a una niña que le dice a su madre que se hace pis. La madre se acerca asoma la cabeza dentro de nuestra casa y me dice:

  • La niña se hace pis, ¿tienes baño?
  • Pues sí, que pase –le respondo.

¿Qué le iba a decir?, pero a esta le siguen otras dos y ni una es capaz de dar la gracias ni mostrar ningún interés por nuestra casita rodante. Recuerdo en Méjico cuando los niños hacían cola para ver nuestra casa y alucinaban con ella, y por supuesto que les concedíamos el deseo de hacer pipi.

La madre de las dos últimas, una chavala de unos veinte y pocos, con unas pestañas de metro y bien maquillada, se planta dentro de la caravana sin mediar palabra esperando su turno. Yo por darle un poco de conversación, le pregunto qué de donde es, y me responde que de Inglaterra. Jajaja, maja, eso ya lo sabía, cuando vuelvo a  preguntarle, más específicamente, me dice que no lo sabe, jajaja, no sabe dónde está su ciudad, esto sí que es fuerte. Nos dejan el WC lleno de papel empapado en pipí, ¡la madre que las trajo!

  • ¡Darling dame unos guantes que limpie este desastre!! – le digo a Jose mosqueada.

Una hora después, volvemos a oír el ruido de otro vehículo, nos asomamos y por suerte no son jeeps, es una furgo.

Son Patricia y Nuno, dos portugueses que residen en Suiza y que aunque “sólo” tienen tres meses para viajar, han puesto el turbo y se han recorrido media Europa. Pasando por Noruega, han llegado hasta la mitad de Turquía y ahora están de vuelta.

Son majísimos y les decimos que se tomen un descanso y comamos juntos, ¡que la prisa mata!, frase que nos enseñaron en Marruecos y por lo menos en este viaje, intentamos tomarla al pié de la letra.

              

Conversamos mientras tomamos un vino y un aperitivo, y de repente, escuchamos otro vehículo acercarse haciendo un gruñido tremendo en contacto con las piedras del camino que continua un par de kilómetros montaña arriba y que tiene tal pendiente que nosotros no osamos a subir.

Cuando miramos, no vemos un 4X4, vemos una caravana de ocho metros de larga y  de más de treinta años que llega un momento que no da más de sí, y se queda en plena cuesta patinando. Por suerte el chico que la conduce es capaz de echar marcha atrás y aparcar al lado nuestro.

Cuando baja del vehículo, no podemos hacer otra cosa que aplaudirle.

Jean Baptiste, es un chico de 37 años que lleva viviendo en su caravana cuatro, y le acompaña Oli, su perro, que al principio da un poco de respeto, pero que es un pedazo de pan.

Le invitamos a sentarse con nosotros y tomar una copa de vino para recuperar el aliento, aunque no le vemos muy nervioso, tal vez la perspectiva desde nuestro campamento, sea distinta de la que el tenia peleándose con la cuesta.

Nos cuenta que para ganarse la vida, hace reportajes fotográficos para revistas, de hecho, estuvo en la frontera entre Moldavia y Ucrania cubriendo la guerra. Ahora entendemos su aplomo, sin duda, habrá tenido situaciones mucho más difíciles.

Por la tarde, se unen al campamento Sevan y Chloé, una parejita de suizos también viajando en furgo desde hace meses y les acompaña su perrito montenegrino “Lucky”. Y no son los únicos, Philip, un alemán y su familia que viajan en un pedazo de vehículo americano que parece un tanque se unen a la cuadrilla.

        

Pasamos aquí  tres días geniales con esta familia viajera, compartiendo experiencias, inmortalizando el paisaje, y hasta Jean Baptiste nos hace un reportaje.

          

                  

Seguro que volvemos a encontrarnos en el camino, porque todos tenemos el mismo rumbo,  Oriente.

           

 ¡Hasta pronto amigos !