LA COSTA DEL EGEO, UN PARAISO POR POCO TIEMPO (13/06/2022)

Hemos ido todos poco a poco abandonando el campamento de Iztuzu, con esa melancolía de dejar un lugar maravilloso al igual que a los viajeros que hemos conocido, pero esto es lo difícil de viajar que hay que dejar atrás amigos y paisajes que guardaremos en nuestra retina y nuestro corazón.

Antes de abordar nuestro siguiente destino, hacemos una parada en una playa donde poco después de aparcar un chico con acento inglés y con pintas de hippie llama a la puerta.

  • ¡Hola chicos soy Nicholas!
  • ¡Hola! –respondemos con poco entusiasmo.

Puede parecer un tanto rancio por nuestra parte, pero es la hora de la siesta que es sagrada para nosotros y si bien es cierto que nos encanta conocer gente, hoy precisamente habíamos pensado en después de la cabezadita yo escribir un rato y Jose sumergirse en la lectura de uno de esos maravillosos libros de Javier Reverte.

  • Si queréis me paso luego –nos dice Nicholas.
  • No, respondo, pasa -le digo.

Si algo hemos aprendido en este viaje es que hay un intercambio de necesidades constante, hoy yo necesito algo y mañana alguien necesitará algo de mí, puede ser material o emocional.

Hoy Nicholas nos necesita. Este chico de treinta y seis años, dejó todo hace siete años para vivir de una manera alternativa en su furgo y a veces esta vida cuando viajas sólo no es fácil ya que la soledad no es siempre una buena compañía. En seguida me percato de ello y preparamos té para todos.

                                         

Este chico es  bastante espiritual y nos pone al corriente de muchas teorías budistas y también nos habla del ayuno voluntario en el que está sumido actualmente, así como de los problemas que está teniendo con una chica con la que ha comenzado una relación, pero no termina de funcionar. Nosotros intentamos darle nuestros mejores consejos y sobre todo intentar levantarle el ánimo con una buena cena.

  • Hoy el ayuno voluntario te lo vas a saltar –le digo.
  • Vale jajaja –responde sin poner muchas pegas.

Pasamos horas hablando de todo un poco y sobre todo disfrutando de ese momento en el que compartimos nuestro tiempo, nuestra alegría y nuestras risas con Nicho, que era lo que necesitaba.

Por la mañana seguimos ruta.

En la costa de Antalia a lo largo del primer milenio a.C. se desarrolló una cultura particular, con lengua, escritura y cultos propios, los licios. Fueron conquistados sucesivamente por los persas, Alejandro Magno, los romanos y los turcos.

Parece ser que la mujer tenía un papel importante en este pueblo, ya que según narra Heródoto:

“Sus costumbres en parte son cretenses y en parte carias; pero tienen cierto uso muy particular, en el que no se parecen al resto de los hombres, y es el de tomar el apellido de las madres y no el de los padres; de suerte que si a uno se le pregunta quién es y de qué familia procede, responde repitiendo el nombre de su madre y de sus abuelas maternas. Por la misma razón, si una mujer libre se casa con esclavo, los hijos son tenidos por libres de nacimiento; y si al contrario un hombre libre, aunque sea de los primeros ciudadanos, toma una extranjera como esposa o concubina, los hijos que nacen de semejante unión son considerados como infames”

También parece ser que la herencia pasaba a las hijas y no a los hijos y que eran las mujeres las que gobernaban, además de ser el pilar de esta civilización.

Me entusiasma el imaginar este pueblo ya que pocos han habido así en la historia, si bien es cierto que hay mucha controversia y hay muchos que niegan la versión del gran escritor de la antigüedad.

Otra característica muy curiosa de este pueblo es que creían que sus difuntos eran llevados a la otra vida por criaturas aladas, por ello sus tumbas suelen estar construidas en las rocas de los acantilados para estar más cerca del cielo. 

Junto a Fethiye se encuentran unas de las tumbas más impresionantes de esta época y especialmente la del rey Amyntas, construida aproximadamente en el 350 aC.  Esta es la razón por la que decidimos venir a esta población costera que conforme la atravesamos no vemos nada atractivo en ella, demasiado turística.

Hemos madrugado bastante para disfrutar del lugar a solas, y lo cierto es que lo conseguimos. Durante una hora exploramos este sitio arqueológico que parece estar medio abandonado, y que por poco más de un euro podemos acceder por una escalinata tremenda que nos conduce a esta impresionante tumba, donde sentimos la grandeza de este pueblo.

                            

Lo que también notamos es que necesita una restauración inmediata, porque una de la grandes columnas que adornan el pórtico del mausoleo parece que vaya a desmoronase encima de nosotros.

Por si acaso, cuando vemos a los primeros visitantes trepar escaleras arriba, nos batimos en retirada en busca de otro curioso y tétrico lugar, Kayakoy.

Este poblado, representa la historia de un éxodo sufrido después de la Segunda Guerra Mundial. Conocido antiguamente como Lebessos, era un pueblo heleno ortodoxo cristiano y donde el idioma era el griego a pesar de que sus gobernantes eran turcos otomanos. Vivieron en relativa armonía desde el siglo XIV cuando finalizó la turbulenta conquista otomana, hasta el siglo XX. Después de la guerra greco-turca entre 1919 y 1922, y seguido al tratado de Laussane todos los residentes fueron exiliados. En este acuerdo se proponía un intercambio de ciudadanos turcos que habitaban en Grecia a cambio de estos griegos.

El semblante de la ciudad es desolador, desde la perspectiva que tenemos, varios montes cubiertos de casas en estado de casi escombro lo convierten en una ciudad fantasma donde parece ser se llegaron a cometer atrocidades.

                              

El calor es insoportable y el paisaje no demasiado agradable, por lo que decidimos poner ruta a Oludeniz, ese lugar de postal con una playa maravillosa de arena blanca que forma una laguna y rodeada de montañas verdes. Y sí esa era la foto que habíamos visto, pero a nuestro paso por lo que es la población casi nos ponemos a llorar de ver la que hay montada.  Decenas de restaurantes y pubs con música a todo lo que da, un gentío tremendo, un tráfico horroroso y el cielo cubierto de parapentes que descienden delante de nosotros haciendo a los turistas disfrutar del “maravilloso” lugar a vista de pájaro.  Tal vez pagar la friolera  de200 € que vale este viaje de diez minutos, es la única manera de disfrutarlo. Intentamos aparcar pero nos es completamente imposible, ya que nos echan de todos sitios. ¡Qué decepción!

Este es el lado oscuro de Turquía, o así le queremos llamar nosotros, los bajos precios, su excelente comida y el abanico de posibilidades que el turista tiene en este país, ha atraído masas que han transformado rincones idílicos en complejos turísticos horrorosos, donde un todo incluido por una semana puede costar 500 €, lo que es nada para un europeo, o ruso, porque por aquí parece que hay muchos.

Estamos un tanto descolocados y no sabemos qué hacer, o tal vez sí, salir corriendo.

Ascendemos una carretera que nos conduce al llamado valle de las mariposas, los acantilados son dramáticos y las masas de gente se agolpan al borde del precipicio para hacerse una foto, yo también quiero una pero con este gentío, nooooo.

Avanzamos y alcanzamos un pequeño poblado que dejamos atrás en busca de un lugar tranquilo donde poder pasar el día. En una de las orillas de la carretera hay un ancho oculto por unos árboles y con una buena sombra perfecto para nuestro campamento.

Por la mañana y antes de que las masas aparezcan, aprovechamos para explorar estos acantilados, y aunque nuestra intención es acceder a una playa que hemos visto desde lo alto de estas imponentes paredes de más de quinientos metros, una señora que encontramos en el camino y al que le preguntamos nos mira con cara dubitativa cuando le decimos que vamos a la playa. ¡Qué razón llevaba su mirada! Imposible descender, cada sendero que tomamos acaba en un cortado que resulta imposible abordar. Está claro que aquí el negocio no es el senderismo, sino el barquito turístico, por lo que desde arriba babeando miramos esas magníficas aguas turquesas a las que nos es imposible acceder. Al menos lo hemos intentado y por cierto nos hemos reventado las piernas. 

                            

Dejamos este maravilloso paraje aunque echado a perder, en busca de algún lugar en la costa que sea algo más tranquilo, para ello nos adentramos por las montañas y una carreterucha nos conduce por un paraje donde un mar de plástico nos sorprende. Vamos que si no es el turismo, son los invernaderos, ¡qué triste! Pero bueno, pensemos en que será bueno para le economía turca.

La carretera se va estrechando más y más, dejamos atrás el mar de plástico coronado por una enorme mezquita en busca del egeo que de repente se muestra ante nosotros con un precioso paisaje, atravesamos un pueblecito que todavía parece conservar un poco su identidad, con fachadas de piedra adornadas con buganvilla de un rosa intenso y donde conseguimos encontrar un pequeño hueco para pasar la noche.

                

Por la mañana damos un paseo y cuando estamos comprando el pan una fila de autobuses vienen al abordaje del que parece el último vestigio de esta costa conquistada para llenar los bolsillos turcos y vaciar los del turista.