BOSNIA, TRANSPORTADOS EN EL TIEMPO (28-12-2021)

Justo antes de cruzar la frontera, nos han comentado otros viajeros que algunas aduanas Bosnias son algo puñeteras con el papeleo de los vehículos europeos, especialmente con el seguro.

Nos recomiendan el imprimir la carta verde, que es el seguro válido para fuera de España, lo que nos hace gracia es que si no está impreso en papel verde, no lo consideran válido, por lo que la misión de hoy es encontrar una impresora que nos saque una copia en color esperanza y esperemos que no nos hagan registro, porque como tengamos que sacar todo el arsenal de garrafas de aceite, botes de tomate para pisto y etcétera etcétera no cruzamos en días.

Desde la costa ascendemos hasta las montañas, y un túnel de cuatro kilómetros, nos transporta en el tiempo, todavía no hemos cambiado de país, pero lo parece, las casas a medio terminar, la carretera con buenos boquetes y el entorno rural con caminos llenos de cacas de cabra que desprenden un aroma que llega hasta el interior de la Española,  nos hace sentir que hayamos retrocedido décadas.

Paramos en una gasolinera para hacer recarga de GLP que es el gas que utilizamos para la casa, Jose Carlos enchufa la manguera, ya que aquí los empleados no se encargan de ello como en otros países y al ir a sacarla, como si hubiera hecho efecto ventosa, arranca la junta que llevaba el conducto de nuestra instalación y la boquilla. Llama a la empleada que nos comenta que suele pasar, a lo que le pongo cara de “nos lo podrías haber advertido”. Por suerte, parece que todo funciona aunque habrá que arreglarlo para que no entre agua.

A la llegada a la frontera y a pesar de que los guardias tienen una actitud de curiosear  lo que llevamos en la Española, se conforman con los pasaportes y la documentación del coche, el seguro, lo ignoran.

-¡Bien!! –gritamos Jose y yo.

Nos dirigimos hacia las cascadas de Kravice, conforme avanzamos vamos viendo mucha basura en las cunetas, casas desperdigadas medio en ruinas, muchas de ellas con fachadas sin enlucir, da una sensación un tanto de dejadez. Hay algo que nos llama la atención, los carteles de indicaciones están en dos idiomas, escritura croata y glagolítico que es el que utilizan en las regiones ortodoxas y musulmanas tachado con pinturas spray, está claro que en esta zona se sienten croatas, lo vemos también en las banderas que ondean por todas partes.

A la llegada al parque, en la caseta de entrada o más bien la garita de un metro cuadrado,  ondea una gran bandera croata, lo que confirma nuestra teoría. Las fronteras se trazaron en su día pero los sentimientos permanecen.

El lugar es una auténtica maravilla, si bien es cierto que está medio inundado por la crecida del río y no podemos cruzar a ciertas zonas, la fuerza del agua en caída libre es impactante. Los visitantes que hay son pocos, pero las mujeres ya portan el velo y los hombres son barbudos y ambos muy perfumados, los aromas permanecen durante metros de nuestro recorrido.

               

              

Efectivamente, Bosnia es musulmana, curioso ¿verdad?, pero históricamente los otomanos poseyeron estas tierras dejando su religión y costumbres. La mezcla cultural y étnica de musulmanes, ortodoxos y cristianos llevaron a la guerra civil de Yugoslavia y la división de estos territorios con una sangrienta guerra detrás.

Decidimos acampar en el parking de las cascadas puesto que parece bastante tranquilo. A eso de las seis y media, decidimos hacernos un vaso de leche y meternos en la cama, no nos encontramos demasiado bien, parece que nos hemos enfriado un poco y seguro que un buen reposo nos va a venir de perlas. Sobre de la once de la noche el sonido de un motor de coche y unas voces nos despiertan… ¡nooo!. Lo de dormir en La Española, es siempre una lotería, parece ser que la gente se viene aquí a pasar el rato. Lo que nos sorprende es que con un parking como un campo de futbol, se pongan al lado nuestro. A este coche le suceden otros cuantos, hasta que se cansan, o nos cansamos nosotros y nos quedamos dormidos.

Nos levantamos descansados, porque a pesar de la fiesta de los bosnios, hemos dormido unas cuantas horas y no hemos tenido prisa en levantarnos.

Ponemos rumbo hacia Pocitelj y pasamos por Capljina, una urbe que nos deja totalmente absortos con la estética de los edificios, lo coches, los locales, y los balazos en las fachadas parece que nos hayan trasladado a los años 90.

                

Pocitelj es un poblado enclavado en la montaña y a los pies del río Neretva de un color verde esmeralda intenso. Nos sorprende con su minarete, su fortaleza y la torre de una iglesia, una mezcla curiosa en un pueblecito de origen otomano que tiene verdaderos tesoros, que   por desgracia se encuentra en un estado más que decadente, pero nos transmite mucho el pasear por esas cuestas empedradas e imaginar como vivirían aquí hace 500  años.

                

                

Nos queda día de sobra, y decidimos conducir hacia las montañas por un camino sin asfaltar que nos conduce al Parque Pirode Blidinje. Vamos buscando un lugar donde pernoctar pero el camino cada vez se pone más feo y aunque el paisaje es espectacular, decidimos parar en un ancho un tanto cuesta abajo, pero es lo que hay.  La noche resulta movidita, por lo menos para mí, parece que hemos comido algo que no nos ha sentado bien y yo acabo en el baño echándolo todo y más amarilla que una vela, además con la paranoia de que la casa se cae cuesta abajo, puff.

Por la mañana, nos despierta el sonido de los pitidos de unos coches que más tarde veremos en una cantera que atravesamos, mientras hacemos una caminata por estas montañas solitarias. El paisaje es inhóspito y grandioso a la vez, virgen y sin explorar. Quitando estos trabajadores que están encantados de que atravesemos este lugar que debería estar prohibido por medidas de seguridad, les gusta nuestra presencia y como pueden, nos dicen que nos ha visto y nos ha pitado al paso por nuestra caravana, ¡que majos!. Como no estamos demasiado en forma, y hace un frio que pela, después de un par de horas por senderos sin definir y con la sensación de que nos va a caer una mole de piedra encima, decidimos dar la vuelta y poner rumbo a Jablanica, por una carretera construida entre el río y la montaña que poco a poco se va estrechando formando un magnífico cañón.

              

              

Continuamos unos kilómetros al norte para visitar un lugar que debe ser un tanto curioso: el bunker que Tito, el que fue presidente de la antigua Yugoslavia, hizo construir en alto secreto un refugio para protegerse de un posible ataque nuclear y sin saber muy bien lo que nos vamos a encontrar, despierta altamente nuestra curiosidad.

Llegamos al lugar por un camino de cabras junto al río y lleno de basura a ambos lados, como muchas de las carreteras de este país y nos topamos con unos portones cerrados, enseguida un militar que sale de una garita, nos dice que a las dos hay una visita guiada. Pues perfecto, aprovechamos para echar un bocado y estar listos para ver algo insólito.

Detrás de un par de casitas enclavadas en la montaña y junto al río Neretva se construyó una de las mayores obras de ingeniería entre 1953 y 1979, veintiséis años tardó en ejecutarse esta ciudad subterránea que podía albergar a 350 personas. Unos túneles nos conducen a una puerta que puede soportar los kilotones de una explosión mayor que la de Hiroshima.  Conforme nos vamos adentrando, nos encontramos recintos con habitaciones, sala de conferencia, cocina, sala de comunicaciones… Estas instalaciones tenían conductos de aire, electricidad y agua para que estas personas pudieran sobrevivir durante seis meses. Esta cueva antinuclear costó la friolera de 4,5 millones de dólares que si ahora es una fortuna, podemos imaginar en aquella época. La estética del lugar es totalmente setentera, y por un momento, Jose y yo nos miramos y comentamos:

  • Parece que nos hayan trasladado a una película del agente 007 de los años 70.

Podemos vagamente imaginar cual era la situación en aquella época en el mundo, con una GUERRA FRÍA, donde el comunismo era el enemigo de occidente y nadie estaba a salvo. Lo que más nos sorprende es que se mantuviera en secreto hasta después de la guerra civil del país, es más, durante su construcción se creó una industria de armamento junto al lugar para camuflarla. Este laberinto sólo protegería a unos cuantos elegidos, Tito y su séquito en caso de ataque, por lo que ha despertado muchas críticas a posteriori.

                                  

                                   

                                 

                     

Actualmente, se mantiene parte del mobiliario de la época, pero se ha habilitado una exposición de arte, donde diversos artistas han montado sus evocadoras exhibiciones mostrando su desacuerdo, al gasto innecesario que conllevó esta construcción que nunca llegó a ser utilizado, mientras la infraestructura del país era bastante precaria.

                                     

                                       

La noche está cayendo y decidimos apearnos en Konjic una población poco estética y bastante sucia, el lugar donde aparcamos junto a un campo de futbol parece tranquilo, pero ya es la segunda vez que nos pasa, en cuanto nos metemos a la cama, comienzan a llegar coches.  Por lo que sea atraemos como imanes, se ponen de cháchara a nuestro lado pero por suerte, no son muy trasnochadores.

Por la mañana ponemos rumbo a Jablanica, unos kilómetros al interior. Hemos pensado en pasar la Nochevieja en un camping para poder estar tranquilos, con electricidad, wifi y agua caliente a tutiplén. Lo cierto es que desde que tuvimos el incidente con el llenado de gas, no hay manera de que funcione la caldera, por lo que no tenemos ni calefacción ni agua caliente, y las temperaturas están por debajo de 0ºC; pero no hay manera, están todos cerrados, ¡qué pena y qué frío!. Pero tenemos plan B, instalarnos en la ciudad, darnos una ducha de agua fría muy rápida y pegarnos una comilona. Conforme ascendemos la carretera, en fila india hay más de diez restaurantes con corderos asándose en un palo y que desprenden un olor que alimenta, elegimos uno al azar porque todos parecen tener el mismo menú y sobre todo wifi, algo que echamos de menos, ya que no nos funciona el roaming en este país, con lo que vamos capturando ondas de internet por donde podemos.

Entramos al local, que tiene un toque bastante hortera y vintage con sillas de estampado de flores muy coloridas y mesas de color caoba. Nos acomodamos junto a unos ventanales enormes que nos ofrecen unas vistas tremendas de las montañas y del famoso puente derruido del que en breve os hablamos, magnífico. Yo que tengo el olfato muy desarrollado, enseguida huelo a tabaco, imagino que viene de la terraza hasta que una bocanada de humo del vecino comensal se choca con mi cara, si si, textualmente, miro a mi alrededor y está fumando todo dios. Teniendo en cuenta los tiempos en los que estamos esto sí que es volver al pasado y sobre todo si consideramos que hay un bicho suelto que se contagia tan fácilmente, en fin…

Mientras Jose va al baño, yo hago unas fotos y en ese instante se acerca una camarera, que en cuanto ve que no hablo su idioma, literalmente, desaparece como una bala sin decir ni pío, se dirige a la barra y comenta algo con sus compañeros que también parecen pasar de nosotros. A todo esto, siguen entrando comensales y todos con un cigarro en la boca.

Después de un rato, una camarera joven, nos mira de reojo desde el fondo, parece que le ha tocado el pastel, se acerca y sinceramente mejor de lo que esperábamos nos ayuda a elegir nuestro menú: cordero a gogo, ensalada de repollo y vino. El menú es excelente, las vistas extraordinarias, y el precio, una ganga, intentaremos pasar por alto la topera que en cuestión de media hora se ha formado en el local y el vino, que es peleón.

Como no hay camping, nos hemos instalado junto al Museo de la Guerra de la ciudad y por suerte, nos llega la wifi, así podemos felicitar el año nuevo a los nuestros pero a las diez de la noche caemos rendidos, hasta que a las doce los juegos artificiales nos despiertan.

  • Feliz Año Darling –le digo a Jose, y con las mismas me doy media vuelta y seguimos durmiendo a pierna suelta.

                  

Nos levantamos con ganas de conocer lo que pasó en este lugar y la historia del puente derruido, y nos metemos de lleno visitando el MUSEO DE LA BATALLA DEL NERETVA, un edificio que ya por fuera llama la atención por su estilo soviético y que dentro parece un congelador, nos sabemos si para recrear la situación de esta batalla.

En 1943, durante la Segunda Guerra Mundial la resistencia del ejército Partisano hacía frente a los invasores alemanes e italianos ayudados por los Chetniks servios. La zona del río Neretva era de gran importancia estratégica para el ejército enemigo y pensaban tomarla según la operación Weiss, pero el ejército partisano con Tito (el que sería años más tarde presidente de Yugoslavia) al mando, hizo frente a los nazis. Una de las estrategias que tuvieron, fue destruir los puentes, y esta es la historia del de Jablanica, que fue dinamitado para evitar el paso de los alemanes, por lo que ha quedado como símbolo de la ciudad. El ejército Partisano, demostró gran heroicidad y humanidad con sus heridos, llevándolos consigo durante cientos de kilómetros bajo el frío invierno yugoslavo, por lo que a esta batalla también se la conoce como la de “Los heridos”.

El puente que podemos ver actualmente, es una réplica que se construyó para ser destruido durante el rodaje de la película “La Batalla del Neretva” protagonizada por  Yul Brynner  y Orson Welles y rodada en Jablanica en los años 60 además, fue nominada a los Oscars como mejor película de habla no inglesa. Como anécdota, decir que el cartel de la película lo realizó Picasso. Sin duda, una visita más que interesante.

                  

Y después de esta dosis cultural, dejamos Jablanica reflexionando sobre todo lo que hemos visto.