MOSTAR, EL RESURGIR DE LAS CENIZAS (01-01-2022)

Nuestro próximo destino es Mostar, una de las ciudades más emblemáticas de Bosnia, pero se nos ha echado el día encima y tenemos hambre canina con lo que decidimos hacer un desvío de unos cuantos kilómetros y dirigirnos a Blagaj, ya tenemos la experiencia de que las ciudades grandes cuando uno tiene hambre, no son buena combinación, porque suele ser complicado el aparcar, y además hoy hay menú navideño y queremos disfrutarlo tranquilos.

En Blagaj, se encuentra el monasterio de los Derviches o monjes otomanos que habitan este lugar desde hace siglos construido en la montaña y junto al río Neretva que brota de la roca con furia. Este monasterio fue construido en 1520 con elementos tanto otomanos como mediterráneos. Cuando nos acercamos, hay no sé cuántos autobuses con un gentío abrumador, claro, es domingo.

  • Darling, nos vamos –le digo a Jose
  • Vale, busquemos algo más tranquilo.

Subiendo pueblo arriba y por un camino muy estrecho, vamos que entramos nosotros y de milagro, encontramos una zona donde poder acampar en una garganta formada por las montañas que nos rodean y con vistas a una fortaleza también construida por estos monjes.

               

Lo que no nos resulta tarea fácil es alinear a la Española, nos pongamos como nos pongamos, estamos completamente desnivelados, hasta que Jose decide subirse en un buen montón de piedras y con una tranquilidad absoluta nos comemos nuestros manjares navideños y nos pegamos una buena siesta.

Antes del atardecer, que en esta época del año suele ser sobre las 4.30h, trepamos por el monte hasta alcanzar la fortaleza que se encuentra en un estado deplorable, completamente derruida y sin perspectiva de ser restaurada, pero el lugar nos ofrece unas maravillosas vistas del crepúsculo, parecemos el Cid y Doña Jimena rodeados de estas piedras medievales al borde del precipicio de una de las almenas y con los cabellos al viento.

La noche resulta tranquila y nos hemos levantado bien temprano para dirigirnos al monasterio y evitar las multitudes, con lo que estamos solos es este lugar donde cuatro monjes han pasado su vida en oración, yo, sin turistas, también me quedaba aquí, el lugar es maravilloso.

Lo que nos cuesta entender es la cantidad de restaurantes, puestos de venta, chiringuitos y demás feria que se han construido alrededor de un lugar así de místico, está claro que es negocio, pero también que rompe todo el encanto. Al menos podrían haber respetado una distancia de seguridad.

Cuando el gentío llega, nosotros nos batimos en retirada dirección Mostar, por suerte, a la llegada y sin demasiado callejeo, encontramos un parking que parece ser es gratis y está a un paso del casco antiguo y junto a una iglesia católica que tiene una torre kilométrica, parece que quiera competir con la de las mezquitas que se encuentran al otro lado del río.

                 

Tenemos muchas ganas de visitar esta ciudad puesto que tiene mucha historia a sus espaldas. Su casco antiguo, es otomano, lo que nos indica como en muchas partes del país que gran parte de la población es musulmana, aunque cierto es que no se aprecia visualmente en la gente como en otros países, tanto las chicas como los chicos visten muy juveniles y al más estilo occidental.

Sus callejuelas y edificios empedrados, nos dirigen hasta el famoso puente Stari Most también de origen otomano, donde observamos un gentío multicultural cruzándolo e inmortalizándose en la joya de la ciudad. Las callejuelas se han convertido en un bazar, donde se puede encontrar un poco de todo, lámparas, juegos de té, alfombras, pañuelos de seda y todo tipo de artículos “orientales”.

Nosotros decidimos darnos otro festín, ya que todavía es Navidad y elegimos uno con vistas al río y al emblemático puente para ver el ajetreo de las cientos de personas que pasan por él. El menú trucha del Nertva y cevapi, una especie de salchichas de ternera muy típicas en Bosnia que nos hacen coger fuerzas para trepar hasta lo alto del minarete de la mezquita Koski Mehmed.

Una escalera de caracol de un metro y medio de ancho, nos conduce hasta una puerta que al asomar las cabezas parezca que vamos a desplomarnos desde esta por lo menos por el aspecto quebradiza construcción, ¡Dioss que vértigo¡. Pero las  vistas compensan los pensamientos de derrumbe de este minarete desde el que podemos admirar toda la ciudad a la caída del sol. Podemos apreciar las construcciones a ambas orillas del río, una donde abundan las mezquitas y otra donde abundan las iglesias católicas y justo en el centro de este lienzo, el puente que parezca que una ambos lados de la ciudad no sólo físicamente sino culturalmente. Pero el espectáculo dura poco, oímos las voces de tres chicos que suben y no sé cómo nos las vamos a apañar para bajar, pero hay que hacerlo porque lo de estar cinco aquí arriba no nos convence.

               

               

Detrás de esta imagen renovada, de este bonito escenario, se encuentran las cicatrices de una violenta guerra civil.

Tras la declaración de independencia de Bosnia en 1992, el Ejército Popular Yugoslavo, bombardeó Mostar y sometió a sus habitantes a un asedio que duró 18 meses. El ejército Croata que ocupaba la parte occidental de la ciudad, entró en guerra con la parte oriental de la ciudad (bosnios musulmanes) con duros bombardeos y otras atrocidades dejando la ciudad casi reducida a escombros y llevándose la vida de muchos jóvenes.

En el año 1993 se destruyó el puente Stari Most, construido por los otomanos en el siglo XVI. Su destrucción constituyó un símbolo de la barbarie de la guerra, que finalizó en el año 1995 con la firma de los tratados de Dayton.

Durante el conflicto, el ejército español se encargó de proteger la población de Mostar, de mantener abierto el corredor entre el Mediterráneo y la ciudad como pasillo humanitario. Otra de las funciones de los cascos azules españoles, fue mantener el hilo de conexión entre las familias que quedaron aisladas a ambos lados de la ciudad, en la plaza de España, hay un monumento dedicado es estos soldados, muchos de ellos caídos durante el conflicto.

Cuando nos salimos del circuito mas turístico y nos adentramos en las calles de Mostar, podemos ver esos edificios derruidos o destrozados por la metralla y nos estremecemos cuando vemos varios “parques” que es su día se habilitaron como cementerios y donde podemos observar con gran emoción la edad de estos jóvenes que cayeron por la crueldad del ser humano. A nuestro paso, una muchacha de unos treinta años, coloca flores en una de la tumbas, posiblemente la de su padre que apenas llegó a conocer.

              

              

Decidimos pasar aquí unos días como un vecino más de la ciudad y ver como a pesar de las cicatrices, la vida sigue, sus habitantes no quieren olvidar y eso consta en muchas de las calles de Mostar inscrito en piedra, pero sí resurgir, y sin duda, lo han conseguido y ahora estamos en ciudad vital, alegre, que ha recuperado el turismo y que mira hacia el futuro.

Y desde luego, pasear por la calles de Mostar nos ha trasladado a otra época, sus edificios ochenteros, coches, tiendas, no hemos podido evitar el dejarnos llevar y meternos de lleno en esa época jajaja.

                                              

                                            

                                          

 

                                                                                            Sin duda la visita a Mosta ha sido para “No olvidar”.