LA ENTRADA A GRECIA POR LOS BALCANES (11-02-2022)

La entrada en Grecia la deseábamos muchísimo por diferentes razones, unas de ellas el ponerle solución a nuestro problema de la caldera que lleva dos meses estropeada, y aunque cada diez o doce días nos permitimos el lujo de ir a un apartamento o a camping para darnos una ducha como Dios manda, nos gustaría tener una solución definitiva.

Y otra razón, es el poder disfrutar de las playas griegas ya con un tiempo aceptable.

La cuestión es que dejar Albania ha sido difícil, porque nos ha encantado, pero en el cuestionario online para entrar a Grecia ya pusimos fecha y no queda otra. Como siempre y en los tiempos de Covid que vivimos, cualquier cosa puede pasar en una frontera. En la Griega, lo que sabemos, es que las mascarillas vuelven.

Curiosamente, hemos pasado por países como Bosnia, o Albania y casi me atrevo a incluir Montenegro, donde este bicho no existe en apariencia, ya que nadie lleva mascarilla, no hay ningún tipo de carteles donde como ovejas nos den instrucciones de como lavarnos las manos, de la distancia que debemos guardar, en fin toda esa serie de normas que después de dos años, ya cansan. Y lo cierto, es que el pasar por estos países, nos ha hecho sentirnos libres de esta “pesadilla”.

Nos acercamos a la frontera y vemos pelotera. Es domingo y al contrario de lo que pensábamos hay muchos albaneses que cruzan a Grecia, pero por suerte parece que va rápido ya que la cola se va reduciendo a un buen ritmo. Nos colocamos la mascarilla y una chica viene hacia nosotros para decirnos que nos van a realizar un test de antígenos gratuito; pues perfecto, eso que nos ahorramos. Por unos minutos, la incertidumbre se apodera de nosotros, al fin y al cabo uno nunca está seguro de si se ha contagiado o no, y la idea de quedarse en tierra de nadie no mola nada, ya que si uno de los dos diéramos positivo, nos tendríamos que quedar en un tramo de la carretera durante diez dias pasando la cuarentena.

Y… por suerte estamos ¡libres de covid! ¡biennnn!! Y totalmente entusiasmados cruzamos la frontera y entramos en tierras griegas.

Nos dirigimos hacia las aldeas de Zagoria, una zona de montaña balcánica. Desde luego, la entrada en Grecia se nota, es como pasar de nuevo al primer mundo en términos de carreteras e infraestructura.

En cuestión de una media hora, la ruta comienza a ondularse y grandes moles graníticas nos deleitan a nuestro paso. Es un continuo parar para echar fotos, por suerte, el manchego ya se ha acostumbrado.

             

Nuestra idea es llegar a Micro Papingo, pero cuando veo la carretera a lo lejos, se me quitan un poco las ganas, parece una montaña rusa. Este circuito en espiral que asciende más de 800 m me hace que me tiemblen las piernas. Recuerdo tener la misma sensación en la cola del Dragon Khan en Port Aventura hace veinte años, cuando a punto de montar en aquella banqueta con camisa de fuerzas metálica, me fui corriendo y me quedé sin atracción. Miro a Jose y lo veo tan normal, con lo que decido no pronunciar palabra de mi estado emocional y sólo confirmo con él que esa es la ruta. Con una carcajada me lo confirma.

              

Estas curvas de casi 360º, nos conducen a un poblado de unas cuantas casas de piedra muy cucas habilitadas como hostales, y un par de restaurantes donde preguntamos la posibilidad de hacer una andada por estas magníficas montañas, que pertenecen al Parque Nacional de Vikos-Aoós ; nos advierten que hay nieve y está complicado, pues eso parece divertido, pensamos nosotros.

“Siguiendo los consejos de este hombre”, nos hacemos un par de bocatas y nos vamos montaña arriba. Hace un día espectacular y por el momento la ruta no se ha puesto difícil, con lo que disfrutamos de una magnífica caminata, y nos damos cuenta de que a veces hay que seguir el instinto y lanzarse, porque si nos hubiésemos guiado por el consejo, nos lo hubiéramos perdido. Por cierto, el bocadillo después de dos horas de ascenso nos ha sabido a gloria.

                                                                                                                                                                                                                                                   A la bajada, la gente que vemos en el parking nos pregunta por la tapas, que gracia, nadie nos había preguntado hasta ahora, tal vez Grecia sea el sitio adecuado para cocinar. Además muy majetes estos griegos que están entusiasmados con nuestra casa.

Continuamos ruta y hacemos parada en Macro Papingo y ya con la puesta de sol, nos adentramos a una magnífica garganta formada por el río Vikos, donde la erosión ha formado un paisaje espectacular. Y aquí por lo menos para mí que soy un poco torpe, si hay un riesgo, casi caigo al río cruzando al otro lado de la garganta, por suerte, Jose me engancha la mano y de un tirón evita que me dé un buen remojón con agua al borde de la congelación.

A la salida de este magnífico túnel, vemos una pareja todo engalanados con sus trajes de boda, sin duda, un lugar espectacular para inmortalizarse, eso sí, a la muchacha no le está siendo nada fácil caminar por aquí, pero es el precio por un magnífico reportaje.

             

Decidimos acampar junto al río, un paraje bellísimo y tranquilo con olor a monte y hierbas silvestres, en cuestión de una hora, ya vemos la luna aparecer entre las montañas que todavía tienen sus picos nevados. y los últimos rayos del sol iluminándolas hasta desaparecer.

Después de los magníficos escenarios que vistamos ayer, nos hemos levantado con ganas de más y ponemos rumbo hacia Vradeto. Queremos meternos de lleno en el cañón de Vikos y para ello comenzamos una andada en este pueblo. Si subir a Mikro Papingo fue una prueba de fuego, esta carretera no se queda atrás, y además sin quitamiedos, eso sí, espectacular. En cada curva parece que vayamos a caer al vacío, pero un vacío increíblemente bello, donde conforme vamos ascendiendo, la nieve va cubriendo todo el paisaje que nuestros ojos llegan a alcanzar.

Atravesamos “el pueblo” que son un par de casas derruidas y un hostal con unas vistas espectaculares y seguimos camino monte arriba. En cuestión de minutos, la ruta se desvanece por la nieve y debemos imaginar por dónde ir. Está claro que imaginamos mal y damos  unas cuantas vueltas para llegar a nuestro destino, el mirador de Beloi.

Este balcón de vértigo nos ofrece una panorámica casi irreal de este desfiladero, considerado según el libro Guinness de los Records como el más profundo del mundo. Con paredes de 990 metros de profundidad, sólo se me ocurre una palabra para describir este lugar: Grandiso. Estamos nosotros solos, lo que nos hace disfrutarlo todavía más, en silencio, escuchado el eco de nuestras voces y los cantos de las aves que divisan desde lo alto este espectacular lugar, antes totalmente desconocido para nosotros.

          

          

           

Al descenso de este poblado se encuentra Kipoi, otra de estas aldeas y conocida por sus magníficos puentes otomanos construidos en los siglos XVII y XVIII. Fueron levantados para comunicar estas poblaciones y la ubicación de algunos es espectacular. La roca de la que están construidos se funde con las montañas como si formara parte de ellas, dando a estos lugares un toque muy particular. Nosotros, nos hemos inmortalizado en no sé cuántos, porque cada uno tiene su encanto.

             

             

Llevamos ya cinco días de recorrido por estos pueblos y se nos han acabado las provisiones, como los supermercados en Albania eran carísimos y finalmente no hubo manera de meter a las gallinas en La Española jajaja, vamos en busca de un super, ó tienda. Lo gracioso es que nos hemos dado cuenta hoy que es domingo, vaya par. Pero lo cierto es que cuando viajas, desconectas de todo lo demás, nada es más importante que esos fantásticos lugares que se presentan delante de nosotros, que somos los espectadores de ese mundo que vamos descubriendo cada día y que es fascinante.

A lo lejos, divisamos una gasolinera, mientras Jose reposta gasolina, yo intento explicarle a la mujer de la tienda si venden pan, pero se empeña en darme bolsas de patatas fritas, jajaja.

Finalmente, una familia que para también a repostar nos dirige a Kipoi, pero… si venimos de allí. El caso es que ni se nos ha ocurrido explorar el pueblo, se veía tan pequeño que no hemos entrado.

Damos media vuelta y recorremos casi la única calle que tiene, está desértico y efectivamente, hay una tienda pero está cerrada. Cuando ya estamos a punto de irnos, vemos a un hombre corriendo calle arriba. Llega con la lengua fuera y nos explica que estaba en el bar, y que si ve pasar a alguien, pues viene y abre.

Cuando vemos los precios tan disparatados, estamos por darnos la vuelta y largarnos, pero con la carrera que se ha echado el tendero, estaría feo, así que compramos un pan y unos mantecados tipo polvorones que son típicos de aquí y que serán nuestra cena esta noche.

Y aunque nos quedaríamos más días por aquí, vistos los precios de las viandas mejor descendemos a tierras más asequibles, eso sí, con este descubrimiento en el bolsillo. Lo cierto es que asociamos Grecia a islas paradisiacas y a ruinas de la antigüedad, pero este lugar nos ha encantado.

Ahora nos vamos para la costa en busca de calorcito y de camino vamos a llenar la despensa. 

Aquí os dejamos un video de las caminatas por estas aldeas. ;)