LAS PLAYAS DEL PELOPONESO, EL PARISO ENCONTRADO (04/03/2022)

Después de la sobredosis cultural de la Grecia clásica ahora lo que nos apetece es playeo, de ese que tanto hemos deseado desde que llegamos, pero tal vez sobrestimábamos el buen tiempo de este país y no termina de llegar el calor.

Hacemos una parada en la playa de Karathona junto a Nauplia, un bonito lugar, tranquilo y perfecto para caminar a orillas del acantilado que forman las moles de piedra que se deslizan hacia el mar Egeo, hasta acariciarlo, un mar turquesa de una belleza indescriptible.

            

Su nombre se debe al que fue rey de Atenas y que tuvo una muerte trágica. Su hijo por voluntad propia viajó hasta Creta para ofrecerse como tributo al rey Minos, ya que así estaba designado.  Anualmente, muchachos atenienses eran enviados a la muerte a este islote, donde habitaba un Minotauro oculto en un laberinto, que estaba siempre hambriento de sangre. Estas ofrendas hacían que la bestia se calmase, pero el joven Teseo decidió acabar con esta horrorosa tradición y se lanzó a la aventura con la intención de matar a este ser mitad hombre mitad toro.

A la llegada, una de las hijas de Minos quedó prendada por Teseo, y este por ella, por lo que decidió ayudarle proporcionándole una espada mágica y un ovillo de hilo para poder luego escapar del laberinto.

Y así fue como Teseo mató a la bestia, pero de regreso a su patria junto con su amada y la hermana de esta, olvidó izar velas blancas como señal de que habría sobrevivido, su padre, Egeo, al ver el barco con las velas negras se lanzó al mar perdiendo la vida. Desde aquel día este mar lleva su nombre.

Es domingo y vemos que comienza a llegar mucha gente a la playa, con lo que decidimos ir a la inversa y hacer una visita a esta población de estilo veneciano y donde las terrazas comienzan a llenarse de gente tomando el almuerzo. Nuestro paseo es breve, ya que queremos llegar a la playa de Fokianos y a ser posible darnos un baño.

                    

La ruta desde Nauplia es a través de interior del Peloponeso, vamos perdiendo de vista el mar y adentrándonos en las montañas hasta ver los picos nevados, y a nuestro paso olivos y naranjos adornan el paisaje escarpado y solitario. Atravesamos unos cuantos poblados también desérticos. Y por un momento pensamos que nos hemos equivocado de ruta, pero no hay nadie a quien preguntar, además el GPS nos está jugando malas pasadas y nos hace atravesar poblados por los que a duras penas entra la Española.

                 

Después de una hora, aparece de nuevo el Egeo ante nuestros ojos con un paisaje de lo más dramático, hasta descender drásticamente por una carretera que parece una escalera de caracol y que nos conduce a un rincón completamente oculto, la Bahía de Fokianos.

Conforme vamos descendiendo, los colores que nos ofrece este lugar nos dejan maravillados, unas aguas verde esmeralda, una arena blanca y una laguna en tonos tostados nos deleitan cuando lanzamos nuestro dron al cielo.   

           

El tiempo ha cambiado repentinamente y no osamos a meternos al agua ni osaremos los próximos días, parece que los dioses griegos no nos dan tregua para darnos esos chapuzones tan deseados. En cualquier caso, disfrutamos de este lugar maravilloso un par de días, desconectados de todo, aquí la señal de internet, todavía no ha llegado, lo cual no encanta.

Nuestra siguiente parada es Monembasia. Cuando llegamos a la bahía nos quedamos sin cobertura y no tenemos muy claro el camino a seguir. Volver por la ruta que vinimos no nos convence, por temor a encajarnos en alguno de estos poblados, y la otra opción es una  carretera que parece nueva, a estrenar y durante los días que hemos estado aquí, no ha pasado ni un alma. No tememos que en un momento la carretera se corte en el vacío sin señal de aviso anticipada.

Vamos todo el camino un tanto mosqueados, además los acantilados cada vez son más acentuados, sin duda si nos despeñáramos por aquí, sería uno de los lugares más bellos que hemos visitado, ¡vaya consuelo, ¿verdad?!

Por fin llegamos a un poblado donde vemos un par de furgonetas de viajeros, lo cual nos relaja. En seguida se ponen en ruta, con lo que decidimos seguirles monte arriba, pero unos kilómetros más adelante, los vemos parados, con lo que seguimos ruta nosotros solos no sabemos muy bien a donde.

Lo que era una carretera con buen asfalto, se convierte en un camino casi de cabras y que se va estrechando poco a poco a lo largo de un cañón espectacular. Sin duda las carreteras del Peloponeso nos hacen ir con el alma en un puño.

Poco a poco la ruta comienza a descender y vuelven a acompañarnos los campos de olivos presentes en todo nuestro recorrido por Grecia, y lo que también nos acompaña en un cielo negro que parece que vaya a descargar la furia de Zeus sobre nosotros.

A lo lejos divisamos un enorme peñón que bien parece un iceberg de roca desprendido de la península, supuestamente hemos llegado, pero el poblado medieval que se supone debía haber, no aparece por ninguna parte, aunque sí unos cuantos hoteles y un supermercado junto a la carretera.

Bajamos de la camioneta para hacer unas compras y parece que vayamos a salir volando. No sabemos muy bien donde instalarnos, porque Poseidón también parece estar furioso y no queremos que una de esas olas no arrastre hasta las entrañas de este mar agitado que se adentra hasta el muelle.

Cruzamos una pasarela artificial que nos conduce hasta el peñón y dejamos la casa. A pesar de que amenaza tormenta y gorda, hemos decidido arriesgarnos y explorar el lugar. Ascendemos por una carretera y por suerte, el peñón hace de barrera contra el vendaval, que nos da tregua hasta que poco a poco quedamos deslumbrados con este magnífico poblado de color terracota enclavado en la montaña, y coronado con una colosal fortaleza amurallada.

La isla de Monembasia, era parte de la tierra firme hasta que fue separada por un terremoto en el 375 dC. En el siglo VI, las incursiones bárbaras, obligaron a los habitantes de los alrededores a retirarse a esta fortaleza natural de roca. En el siglo XIII se había convertido en el principal centro de la Morea bizantina. Francos, venecianos y turcos la invadieron en los siglos siguientes y estos últimos durante la Guerra de la Independencia, fueron masacrados después de un asedio de tres meses.

Sus callejuelas están completamente completamente solitarias esperando a los cientos de turistas que deben llenarlas en un par de meses, por suerte, sólo nos acompañan unos gatos  que le dan un poco de vida al lugar junto con algún que otro local que está poniendo a punto su hostal para la temporada. Comenzamos a trepar por el monte para llegar a lo más alto de la fortaleza cuando divisamos un cielo tan negro que es cuestión de segundos que comience a descargar sobre nosotros bocanadas de agua. Por suerte, conseguimos refugiarnos bajo uno de esos arcos medievales sobre una escalinata que poco a poco comienza a escurrir el agua que desliza cada vez más fuerte del cerro. Unos chicos llegan minutos después empapados como sopas, ¡qué suerte hemos tenido!

             

              

             

                                                                                                     

Dejamos este lugar ya que el tiempo no acompaña demasiado y nos ponemos rumbo a la segunda  lengua del Peloponeso donde nos espera una imagen sorprendente.

Varado en la playa de Valtaki, nos encontramos frente a nuestros ojos el Dimitrios, un imponente carguero del siglo XX naufragado en 1981. Se cree que el barco fue utilizado para transportar cigarrillos ilegales entre Turquía e Italia, y que su capitán encontrándose gravemente indispuesto lo hizo varar es este lugar. Sin embargo, muchos lo consideran como un barco fantasma cuyos orígenes siguen siendo desconocidos.

Lo que sí que es cierto es que tener esta mole de hierro oxidada delante, impone mucho y es la atracción del lugar, evoca misterio sin duda y puedo imaginar a todo tipo de almas vagando entre las vigas desplomadas en la aguas verdes de mar que hoy el sol se niega a que nos muestren sus bellos colores.

              

           

A la llegada aparcamos La Española junto a la playa, donde hay un campamento de viajeros. Conocemos a Agneska y Paul, dos rumanos que llevan viviendo cinco años en su auto caravana toda destartalada y llena de remiendos. En estos momentos están esperando unas piezas para poder arreglar un problema que tienen de frenos, en cualquier caso, no es el peor lugar para pasar una estancia, con playita y viajeros que vienen y van. Con buen tiempo, puedo imaginar aquí una buena fiesta donde sin duda, el manchego, sería el Dj. Junto a ellos hay uno de esos tanques alemanes, que han apodado como “ El Geriátrico” jajaja, muy apropiado la verdad, sus dueños Silvia y Anthony son una pareja de Berlín ya jubilados unos cuantos años y recorriendo el mundo. No hemos podido llegar a conocer al resto porque la lluvia no nos da tregua para las relaciones sociales, y el tema covid, ha frenado mucho las invitaciones a las casas rodantes.

Pasamos el resto del día en casita leyendo y escribiendo mientras la lluvia sigue cayendo sin cesar.

Por la mañana y en busca desesperada de una lavandería y de una buena ducha caliente nos dirigimos a Kalamata. La idea es ir por la costa, pero sin darnos cuenta el GPS nos lleva por el interior y decidimos seguir ruta de montaña. Hacemos un ascenso abrupto como cada vez que nos adentramos al interior del Peloponeso, puesto que tiene una orografía muy dramática y picos de más dos mil metros. Nosotros queremos atravesar el monte Taigeto, o eso pretendemos, hasta que en la carretera por la que vamos comienza a cubrirse de nieve y aparece cortada con una cinta. Pues parece que no nos queda otra que dar media vuelta y tomar la autopista.

A la llegada a Kalamata, vamos en busca de un camping y damos con uno que no solo está bien de precio, sino que poner la lavadora cuesta un euro, con lo que básicamente nos apropiamos de ella todo el día. Se nos ve todo felices cada vez que descargamos nuestra ropa que entró en este gran invento llena de mugre y sale resplandeciente y con aroma a flores. Y las duchas, que son varias, bueno bueno, estos también son momentos idílicos. Con qué poco a veces se puede ser feliz ¿verdad?

El día es perfecto y sacamos nuestro campamento al aire libre para disfrutar del solecito mientras palanganas y palanganas de ropa limpia decoran las inmediaciones de nuestra casa.

Por la tarde llegan una pareja suiza, son Florian y Alice, al principio parecen un poco secos, y no hay mucho contacto, pero decido romper el hielo, y una vez que les damos cuerda, no hay quien los pare. Ambos viven también en la carretera, aunque ahora van a sumirse en una aventura un paso más lejana, han comprado un barco y quieren viajar la mitad del tiempo navegando y la otra en furgo, no está mal como se lo monta la gente. Y no penséis que son millonarios, no, él es carpintero y ella trabaja haciendo diseños de páginas web online.

No mucho más ofrece Kalamata salvo unas maravillosas puestas de sol.

Mirando el mapa, he visto un pueblo, Koroni en la punta de esta última lengua del Peloponeso, y aunque nuestro destino era otro, decidimos cambiarlo. Esto nos suele pasar muy a menudo y nos encanta, porque los planes también están para cambiarlos.

Conforme entramos a esta pequeña población, se siente el alma griega, con casas encaladas de blanco y ventanales y portones de color azul, aroma a pino y a mar. Descendiendo por una cuesta de vértigo llegamos hasta la playa de Zaga, que tiene una maravillosa arena dorada, aguas turquesas y está decorada con unas moles de piedra desprendidas del cerro, donde preside su magnífica fortaleza, y de fondo, el magnífico monte Taigeto con sus picos todavía cubiertos de nieve.

En el descenso, los frenos de La Española están echando humo, pero el lugar es perfecto, para montar campamento. Hay un par de plazas para aparcar y una ya es nuestra. Aquí pasamos el día que se ha despertado soleado y aunque las temperaturas son todavía modestas, no puedo evitar el darme el tan deseado chapuzón desde hace meses.

El lugar nos ha cautivado y decidimos quedarnos un día más en este idílico lugar. Hoy nos acompañan Rob y Janneke, una pareja de holandeses jubilados que también han dado con este magnífico rincón, charlamos con ellos sobre nuestra estancia en Holanda y nuestros planes de vida. Ellos nos cuentan que su plan inicial era recorrer el continente americano, pero llegó el Covid y todo se fue al traste.

A la caída del sol salimos de nuestro rincón y subimos la cuesta que por un entramado de callejuelas que nos conduce al puerto, donde unos cuantos gatos bien hermosos pasean su cola con garbo en busca de una presa marina. Los pescadores conversan mientras el mar golpea suavemente contra las barcas amarradas repletas de redes, que descansan hasta el día siguiente. Los últimos rayos del sol nos acarician suavemente los rostros, hasta desaparecer detrás de las casitas enclavadas en el monte, presidido por la cúpula de una de esas pintorescas iglesias ortodoxas, simplemente maravilloso.

                  

                 

                 

Yo siempre me resisto a dejar estos lugares que te atrapan, pero Jose me muestra el mapa diciéndome que hay más lugares tan o más bonitos que este, por lo que accedo a mover el campamento refunfuñando. Antes de partir, me encaramo monte arriba para despedirme del lugar con unas magníficas vistas al golfo de Mesinia. Me adentro a la fortaleza y paseo junto a un convento ortodoxo en el que hay decenas de tumbas, mi único pensamiento es; “Que magnífico lugar para el descaso eterno”.

Dejamos atrás la silueta del castillo de Koroni en dirección oeste y rumbo a Pylos. Vamos en busca de otro paraíso. Atravesamos el pueblo sin intención alguna de hacer parada y descendemos hasta llegar a un camino que nos conduce hasta la playa de Ntivari, un magnifico paraje natural con dunas de arena blanca y con la laguna de Gialova de fondo, un precioso lugar para la observación de aves. Conforme avanzamos, vamos viendo camufladas entre los arbustos, algunas furgonetas de viajeros. Aparcamos La Española en el camino, y vamos a inspeccionar el terreno, cuando nos acercamos al mar, los colores nos dejan perplejos, y otro barco hundido nos sorprende, parece que es típico en Grecia este escenario, que la verdad nos parece bastante misterioso. Y justo enfrente del que llamaremos buque fantasma, plantamos nuestro campamento.

En esta Bahía, llamada de Navarinos, por los mercenarios navarros que en los siglos XII y XIII tomaron posesión de estas aguas, además hay más sorpresas. A una hora a pié y en lo alto de un acantilado, se encuentra una fortaleza con unas magníficas vistas a una de la playas más increíbles que hemos visto en Grecia, Voidokilia donde tampoco podemos evitar darnos un buen chapuzón y sentirnos en uno de los lugares más exóticos de este país.

           

          

         

          

Los días pasan y las provisiones se nos están agotando, por lo que decidimos acercarnos al poblado para rellenar la despensa. Queremos aprovechar también para ver cómo va el tema de la vacunación que comenzamos a tramitar hace ya casi un mes en Atenas y no sabemos nada. En su día fuimos a un KEP, un centro de ayuda al ciudadano para ver la posibilidad de ponernos la vacuna en Grecia, y nos informaron que nos teníamos que hacer un AMKA, o sea un número de la Seguridad Social griega que se activaría en unos veinte días, pero han pasado treinta y no sabemos nada.

De camino a Pylos, vemos un campo de golf, y como Jose ha trabajado durante más de doce años en este sector como responsable de mantenimiento y construcción, se me ocurre que paremos y preguntemos si tienen algo.

  • Darling, ¿paramos y preguntamos si tienen algo de trabajo para la temporada? –le sugiero a Jose
  • Vale –me responde.

Casualmente, en la garita de seguridad hay un coche parado y es el jefe de mantenimiento del campo de golf, Nuno, un chico Portugués que enseguida entabla conversación con Jose  y se nota que hay conexión. He olvidado mencionar que como ha sido algo imprevisto, las pintas que llevamos no son digamos de entrevista: chándal, y botas de montaña, y no recuerdo si nos peinamos esta mañana jajaja.

Comentamos con él nuestra aventura y la posibilidad de trabajar unos meses durante la temporada y quedamos en enviarle los curriculums de ambos.

A la llegada a Pylos, nos dirigimos al KEP donde nos encontramos con Fanny, una funcionaria muy eficiente que nos soluciona la papeleta de la tercera dosis al instante, y nos asegura que en tres días, estamos vacunados, ¡qué suerte!

Aprovechamos también para dar una vuelta por este idílco pueblecito. Debajo de los arcos de la plaza donde transcurre la vida de este pueblo, vemos a los hombres de tertulia, al cura con su sotana gris acomodado en una silla de madera, a las señoras almorzando y de risas y todos echando bocanadas de humo acompañadas de un café. Los niños corretean alrededor de las mesas y los adolescentes ligotean entre ellos mientras saborean un aromatizado gyros que llega hasta nuestra nariz uhhhhmmm. Aprovechamos para llenar la despensa en los puestos  destartalados t abarrotados de todo de la población.

          

         

Decidimos sentarnos nosotros también en una de estas terrazas y observar la vida cotidiana en este rincón del Peloponeso griego, la que fue patria del rey Nestor, y donde hace cientos de años, Telémaco navegó en busca de su padre desde Ítaca. Observando las moles de Piedra caídas del islote Sphaktería que cierra dicha bahía, puedo imaginar los cabellos rubios del joven griego surcando estos mares en busca del Gran Ulises.

Tak y como Fany nos aseguró hoy es el día de ponernos la vacuna, pero antes, hacemos una parada el Navarinos club resort para hacer una entrevista de trabajo, y para ello, nos ponemos nuestras mejores galas, entramos al recinto con una prueba de que no estamos contaminados con el covid que previamente nos hemos hecho y yo, me llevo un chasco total cuando me dicen que yo espere, que la entrevista es sólo para el manchego, ¡pero serán maleducados!.

                                                  

Parece que todo ha ido bastante bien, pero quieren que Jose se quede como mínimo un año; y el sueldo, una miseria, 600€. Con eso, poco vamos a ahorrar. Quedamos en que ya nos dirán algo, pero hemos puesto nuestras condiciones: queremos trabajo los dos y deben de rascarse un poco el bolsillo y subir la oferta. Ya veremos en lo que queda.

Seguidamente, nos dirigimos al centro de salud de Pylos, donde unas furgonetas ambulancia en la puerta casi para el desguace, nos llaman la atención porque son chulísimas, así que antes del pinchazo, nos inmortalizamos en ellas. Jose me dice que siempre estoy con las foticos ... pues es verdad, cualquier cosa es motivo para hacer un reportaje jajaja.

          

Pasamos los días en nuestro campamento junto al mar, donde podríamos quedarnos toda la vida, llevando una vida perfecta, deporte por las mañanas, comidas sanas, bañito de vez en cuando, tareas del hogar y veladas bajo las estrellas, todo parece perfecto, ¿verdad?

             

               

                 

              

             

Pero de repente, de un día para otro el paraíso, dejar de serlo…