MONTENEGRO POR EL ADRIÁTICO (11-01-2022)
Cada vez que vamos a entrar en un país, es una ilusión tremenda, y si no conocemos nada de él, tenemos esas mariposillas en el estómago. Y eso nos pasa con Montenegro, nos vamos aproximando a la frontera y empezamos con nuestros bailes fronterizos… jajaja.
Curiosamente, en este país, el panel de BIENVENIDOS A MONTENEGRO, está antes de cruzar la frontera, con lo que paramos y nos echamos unas cuantas fotos, vídeo etc.. pero al llegar a la aduana, cuando el agente nos pide el certificado covid y el test PCR, nos da un bajón, porque la vacuna la tenemos, pero es test no. Intentamos convencerle por todos los medios, pero parece ser que con el aumento de casos a nivel mundial, se han endurecido las medidas.
El problema, es que nos dice que volvamos a Croacia, en este caso sería Dubrovnik, que está a una hora y pico de camino, hacernos el test y volver, pues vaya faena. Yo le propongo que nos den ellos una solución y que nos digan donde podemos hacerlo en Montenegro, puesto que no le encontramos sentido. El guardia que nos atiende no está demasiado puesto en inglés y tanto discurso le sobrepasa, con lo que después de repetir veinte veces “No test, no entry” y yo repetirle “Other solution”, decide ir a avisar a un compañero más suelto en la lengua anglosajona. Y sí, nos da otra solución, llamar a un laboratorio cercando y que vengan a realizarnos el test in situ. Esto nos gusta más, aunque la broma nos sale por cincuenta euros. Por suerte en cuestión de veinte minutos, llega una chica con los palitos, y allí mismo nos los introduce levemente comparado con los test en España, que casi te introducen el palito hasta el cerebro. Aprovechamos para comer, y terminando, el guardia menos dotado en lenguas extranjeras, con una sonrisa nos entrega los certificados, pasaportes y nos dice que podemos entrar en el país, ¡biennnnn!
La carretera que nos conduce hasta nuestro próximo destino es una maravilla, las montañas son mucho más dramáticas que en el país vecino, parecen gigantes que han brotado del mar azul intenso que ruge salvaje.
Queremos llegar hasta Perast, pero parece ser que no hay ningún sitio donde poder quedarse con la casa, con lo que decidimos apearnos en un pueblo a unos cinco kilómetros. El problema: el viento, que sopla con furia. Por más vueltas que damos en el poblado enclavado en la montaña, no hay otra que dormir junto al mar. Encontramos un descampado con vistas magníficas y un precioso husky que nos escolta la casa. Por suerte, el lugar aunque está junto a la carretera no está muy transitado nos deja pasar una noche dentro de lo que cabe tranquila.
Perast, se encuentra en enclave muy estratégico porque tiene una visión inmejorable de la entrada de cualquier embarcación dentro de la bahía. Esto le hizo que pasara en la historia de unas manos a otras, y que se libraran numerosas batallas por su control. En los emblemas de algunos de los edificios vemos el león veneciano, que nos indica que perteneció a la República de Venecia que durante siglos tuvo el control de gran parte de la costa de Dalmacia y que tenía como principal rival al Imperio Otomano.
La población está enclavada entre el mar y la montaña por lo que no hay mucho terreno edificable, pero los edificios que tiene, con estilos veneciano del siglo XVII crean una composición atractiva.
Caminamos a lo largo del paseo marítimo que está muy tranquilo, el día se ha despertado soleado y no hay casi nadie en este poblado que parece haber pasado de ser un enclave estratégico militar y comercial, a ser un enclave estratégico turístico, y como es temporada baja, es sólo para nosotros; las vistas, el olor del mar y los rayos del sol que nos calientan tímidamente. Los dos islotes que tenemos enfrente, uno natural y el otro artificial le ponen la guinda a este bonito lugar.
Justo antes de abandonar Perast, mientras organizamos en la caravana la carga de electrónicos, se acerca una mujer.
- ¡Hola! Soy Evelyn. –nos dice una voz en castellano con acento francés.
- ¡Hola! –le contestamos.
Evelyn es una canadiense de unos cincuenta y pico que se separó de su marido y salió de su país hace tres años, ahora lleva una vida nómada pero pasa temporadas en Portugal. Al no ser europea, cada tres meses debe salir y permanecer tres meses fuera, reglas ridículas establecidas por los europeos. La cuestión es que ahora está en Montenegro por una temporada y ha elegido Perast para pasar unas semanas, aunque no parece muy entusiasmada por lo que nos cuenta. Y ciertamente esto está desierto y la poca gente según su experiencia es un tanto cerrada, con lo que hablar con nosotros le sube bastante el ánimo. Después de un rato de cháchara, nos despedimos, pero quedamos en la posibilidad de volver a vernos tal vez en alguna población de la costa.
Ponemos rumbo a Kotor, otra población con una localización justo en la bahía que lleva el mismo nombre y que al igual que su vecina Perast, ha pasado por diferentes manos a lo largo de la historia, venecianos, otomanos, imperio autro húngaro…todas las potencias de la época buscaban este tipo de enclaves a cualquier precio.
Desde la carretera su fortaleza construida en la montaña que se mimetiza con la misma roca, parece que se haya construido para rodar una de esas series medievales, y el poblado envuelto en una gran muralla, alberga una gran cantidad de joyas arquitectónicas que bien merece la pena recorrer con pausa, y así pasamos el día.
A pesar de que hay veces que nos lamentamos un poco por la temporada: que si no nos podemos bañar, que si hace frío… cuando visitamos estos pueblos y no hay nadie más en las calles, pensamos en lo privilegiados que somos, y está claro que es difícil tenerlo todo, pero a veces hay algo que se nos olvida que tenemos; la libertad de hacer cada día lo que queremos, ¡qué más da si hace frío si somos libres!
Después de un paseo de horas decidimos sentarnos y probar un dulce típico de aquí, krempita, un hojaldre relleno de crema bastante consistente, vamos la versión balcánica del miguelito de La Roda, en una de esas plazas con tanto encanto, y de paso aprovechar la wifi del lugar. Desde que entramos en Montenegro, ya no tenemos el roaming y vamos en su busca como perrillos hambrientos de esa conexión con el resto del mundo, que todavía parece que necesitamos como buenos occidentales que somos.
Hemos dejado la casa aparcada junto al mar en la misma bahía, y dentro de la muralla no nos percatamos del viento que hace, pero una vez que abandonamos estas enormes paredes de piedra, nos damos cuenta de que es tremendo. Una vez que llegamos a nuestro refugio parece que vayamos a volcar, o que una de las claraboyas vaya a salir volando, casi que esto me preocupa más, en fin que no hay manera de pegar ojo en toda la noche, no todo es perfecto, en la vida del viajero.
Continuamos ruta hacia Budva; la ruta sigue siendo dramática y espectacular. Justo en un móntate de la carretera observamos que hay una playa abajo y allá vamos directos.
Playa Jaz, es una de las playas más extensas de esta costa y aquí decidimos acampar, es tranquila, no hace viento y aunque desde la casa no tenemos vistas al mar, a cinco metros nos basta con subir una rampa y tenemos una panorámica espectacular para casi nosotros solos. Pasamos varios días paseando, disfrutando de las puestas de sol, tomando un poco el solecito, también aprovechamos para lavar ropa y hacer limpieza de La Española.
Hoy nos hemos levantado con ganas de explorar Budva y ver que se cuece es esta población. Muchas veces, después de días de tranquilidad, las urbes por pequeñas que sean nos abruman, además es sábado y hay bastante bullicio, pero decidimos encajar a La Española en el puzle de coches que hay en un terreno junto al mar, y pasear hasta la ciudad vieja. Justo cuando aparcamos una señora nos saluda y se presenta.
- ¡Hola soy Elsa!, les vi a ayer en la playa.
- ¡Hola!, nosotros Jose y Luisa.
Charlamos un rato y enseguida nos dice que por la tarde vendrá a traernos unas naranjas y hacernos una visita, además nos ofrece una ducha, lavar la ropa etc. ¡que maja!
Budva es muy del estilo a las poblaciones que hemos visto en la costa de Dalmacia, pero cada una tiene su carácter y personalidad. Aunque francamente hoy más que visitar, lo que queremos es pegarnos un festín de frutos del mar, y de hecho, se nos cae la baba cuando pasamos por delante de los restaurantes que hay junto al mar viendo los crustáceos. Así que como no hubo gambas en navidad toca ahora.
En una mesita casi rozando la espuma del mar que golpea suavemente sobre la arena, y con vistas a las montañas y la muralla de la ciudad donde sobresale la torre de una de sus iglesias, nos pegamos la comilona y a un precio más que asequible.
Después del delicioso manjar, no nos queda otra que dar un paseo para hacer la digestión. Disfrutamos de lo lindo recorriendo las callejuelas de la ciudad y paseando por una pasarela que nos ofrece unas bonitas vistas de la muralla con el sol dejándose caer lentamente, mientras la luna asoma para hacerse protagonista del momento.
Al llegar a nuestro campamento, Elsa nos está esperando, no sólo con naranjas sino con una botella de aguardiente que ha hecho su yerno y un llavero típico de Montenegro.
Elsa tendrá unos sesenta y pico años y está viuda, tiene dos hijas pero han hecho vida en otros países, una en Serbia, y la otra se sintió atraída por tierra españolas y vive en Castellón. Tiene una vitalidad, una energía y un buen rollo que nos encanta. Llegó a Montenegro hace cuarenta años y vivió la época del comunismo e incluso la guerra, con lo que de primera mano nos cuenta cómo vivieron aquí ese duro conflicto. Afirma que la guerra fue muy leve en estas tierras, que tiraban alguna bombita pero nada grave. Respecto al comunismo, nos comenta que se vivía mejor. En fin, cada uno tiene su experiencia vivida.
Por la mañana, a eso de las diez, oímos un pitido, es ella, quiere invitarnos a almorzar, ¡que pasada! Conocer lugares es bonito, pero lo que nos gusta cuando visitamos países es el contacto con la gente, que nos cuenta, nos transmite y esta mujer además es como nuestra madre. Pasamos la mañana conversando de todo un poco y por la tarde descansamos plácidamente en nuestra playa.
Al saber de nuestra avería del calentador, ha llamado a un mecánico para ver si puede arreglarlo, pero parece que está de vacaciones y esta mañana, ha venido con Missha un vecino para ir a otro taller y ver si hay manera de ponerle solución.
El taller es un tanto caótico pero uno de los mecánicos, un ruso, enseguida se pone con ello, junto con Jose y en varios idiomas, intentan comunicarse los unos con los otros. Jose habla en inglés, Elsa en serbio y Missha en ruso, lo cual no sé si nos ha perjudicado, porque según nos dice Elsa, le está dando caña al mecánico que llega un momento en el que un tanto mosqueado se baja de la Española y nos dice que él no puede arreglarlo. Bueno por lo menos se ha intentado y además hemos tenido la oportunidad de cruzarnos con un gigante en el taller, si si, un gigante.
Por la tarde, decidimos ir al aeropuerto, ya que hemos visto en internet que hay un lugar donde parece que alquilan auto caravanas. De camino, paramos en un lugar donde tienen repuestos para barcos y preguntamos, pero sin ningún éxito. Estos nos mandan a otro establecimiento, pero nos equivocamos y entramos a una tienda de electrodomésticos. La chica super atenta, intenta ayudarnos y llama al servicio técnico, pero la repuesta es que van hasta arriba. De ahí vamos a otro almacén de repuestos, pero nada, de hecho nos extraña porque al fin y al cabo es un calentador, así que les pregunto que qué hacen ellos cuando se les rompe el calentador, la respuesta es: KIPS, ¿y eso que es?. KIPS es la versión montenegrina del Leroy Merlyn. Nos acercamos a uno de los mostradores y un joven muy atento le da vueltas al tema y pregunta a un compañero. Este lo único que dice es “boom boom”, el joven nos traduce diciendo que si es de gas, es muy peligroso y puede explotar, de ahí el boom continuo. Salimos del lugar sin ninguna solución ni contacto. A todo esto han pasado dos horas y todavía no hemos llegado al aeropuerto jajaja.
A la llegada, no hay ni un alma, pero al pasar por una garita, sale un tipo con cara de pocos amigos y que va detrás de nosotros. Paramos pero no habla una palabra en inglés, deducimos que quiere saber dónde vamos, pero por más que le explicamos no nos entendemos. Entramos a la zona de salidas y parece que esté abandonado, aunque la decoración navideña, nos da indicios de que algo de vida pasó por aquí. Finalmente en uno de los mostradores más escondidos de este salón, encontramos a dos jovencitas a las que les preguntamos, y su respuesta es:
´- El señor que va con ustedes les ayudará.
Jajaja, el tipo iba detrás de nosotros todo el tiempo. Pues estamos arreglados.
Salimos los tres y por señas nos dice que retiremos el vehículo de donde está aparcado. Justo es ese momento aparece una mujer que por suerte habla inglés y que nos confirma que no hay ningún lugar en el aeropuerto donde alquilen auto caravanas. Pues de vuelta a casa, que ya hemos echado la tarde. Bueno antes pasamos por el café EL REY que nos abastece de wifi desde la puerta.
Hemos recibido un mensaje de Elsa diciendo que quiere invitarnos a comer mañana en Budva, aunque lo cierto es que ya habíamos hecho plan con Evelyn, la canadiense que habíamos conocido en Perast para comer en su apartamento. Parece ser que se nos acumula la faena para nuestro último día, bueno, mañana veremos cómo nos organizamos.
Por la mañana, pasamos por la biblioteca para poder tener wifi un rato y actualizar el blog, así como para organizar un poco nuestra ruta hacia el norte. Hemos estado dudando por las bajas temperaturas de -12ºC y el problema que tenemos con la calefacción y el agua caliente, pero la aventura es la aventura
Cuando llegamos al apartamento de Evelyn, nos damos un fuerte abrazo, las reglas anti-covid, no existen para viajeros como nosotros que necesitamos de achuchones de vez en cuando, y especialmente Evelyn, que viaja sola. Cuando la conocimos en Perast, la vimos un tanto decaída y este encuentro, seguro que le levanta el ánimo.
Evelyn, ha sido viajera toda su vida, de hecho conoció a su marido, americano de nacionalidad viajando de mochilera. Formó una familia, pero veintitantos años más tarde, ha tomado otro rumbo en la vida. Es una mujer aventurera, con coraje y muy sana, de hecho nos ha preparado para comer quinoa acompañada de verduras; nosotros llevamos jamón serrano, salchichón y patatas fritas, menudo contraste, pero bueno, en la variedad está el gusto. Mientras disfrutamos de un vino de nuestra tierra, nos contamos historias de viajeros, de formas de vida diferentes y de nuestras impresiones sobre el paso por Montenegro. Estando allí, nos contacta Elsa y decidimos hacer una quedada para tomar un café en un lugar espectacular con vistas al mar y a la ciudad vieja. Disfrutamos de la agradable compañía de estas dos mujeres tan diferentes, pero que tanto nos han aportado.
A la caída del sol y aunque nos cuesta, nos despedimos de ellas con un abrazo enorme. Mañana ponemos a las tierras del norte.